Recuerdo que mi madre a menudo hablaba de lo mucho que me costó aprender a caminar. Los médicos ordenaron toda clase de estudios ya que sospechaban de la existencia de algún problema óseo o físico que me impedía caminar. ¡Imagínese el miedo de mi madre ante la posibilidad de que su hijo no pudiera hacerlo! Eso sí: lo decía todo. Caminar, nada; pero hablar, todo. Finalmente y después de meses de estudios clínicos, el médico principal dio su veredicto:
-¡No se preocupe, señora, no tiene nada! ¡Es vago!
En cualquier caso, la vagancia del pequeño vástago significó un gran alivio para mi madre. No había ningún impedimento serio de índole física. Alguna vez iba a poder caminar. Y así fue. Cuando adquirí confianza y me largué, ya nadie pudo detenerme.
Obviamente, medio siglo después de aquellos duros momentos no puedo recordar absolutamente nada, sólo las palabras de mi madre. Pero hoy, aprendiendo a conocerme, puedo imaginar algo de lo que pudo ser aquella verdadera epopeya del bebé, intentando arrancarle sus primeros pasitos a la vida. Porque tal vez no era vagancia, sino temor, tal vez el recuerdo de algún golpe sufrido en un intento o, si ese bebé es el mismo hombre que hoy escribe estas palabras, casi seguro, falta de confianza.
Con gran esfuerzo, agarrándome de una silla o de algún objeto a mi alcance pude haberme puesto de pie. Luego debió haber venido un pasito de la mano segura de mamá. Y más tarde, sin la mano de mamá, otro… y otro. Es probable que haya transcurrido un cierto tiempo entre uno y otro pasito. Tal vez hubo dolorosas caídas y difíciles “levantarse”.
Hoy, con mi medio siglo de vida a cuestas, creo que aún estoy aprendiendo a caminar, pero esta vez, en los caminos de Dios.
Las piernitas del bebé debieron doler, el corazoncito acelerarse, ese pequeño cuerpecito cansarse. Y hoy no es muy distinto de aquellos días. Aventurarse a caminar en los caminos de Dios exige la misma clase de aprendizaje. Toda vez que somos seres espirituales inmersos en un mundo material, la percepción natural de los sentidos influye, de gran manera, en el movernos en los caminos espirituales de Dios. Ello exige confianza, en Dios y en uno mismo; y esfuerzo, entrenamiento, ejercitación. Todo un aprendizaje. A veces es necesario ayudarse, agarrarse a algo para levantarse, erguirse y dar ese pasito. Y en el camino, algunas más dolorosas que otras, nos esperan caídas. Tal vez tome tiempo levantarse. Tal vez haya un tiempo entre un paso y otro. Lo importante es aventurarse a darlo. Hablar menos y caminar más…
Está mi alma apegada a ti;
Tu diestra me ha sostenido.
(Salmos 63:8 RV60)Porque yo soy el Señor, tu Dios,
que sostiene tu mano derecha;
yo soy quien te dice:
No temas, yo te ayudaré.(Isaías 41:13 NVI1984)
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