Uno de mis empleos más divertidos es en un Colegio. Al principio el tiempo se me hacía muy corto y ahora, ¡también! Es tanto lo que se puede y se tiene que hacer allí, que las horas pasan de prisa y sin permiso, teniendo que trabajar rápida y eficientemente. Es tradición en este Colegio, que los docentes que se encuentren en la sala de profesores, salgan y tomen el desayuno en el recreo de las diez de la mañana, con los demás. Allí conversan, se ríen, cuentan anécdotas divertidas y por supuesto, también comen. Yo participaba de esas reuniones también y las disfrutaba muchísimo. Sin embargo, durante este año no he asistido más que a un desayuno de los realizados.
El motivo de mi ausencia no tiene nada que ver con que no quiera o con que no tenga hambre; todo lo contrario, precisamente a esa hora es cuando más hambre me da, pero he encontrado una actividad que me produce mucha diversión, tanta o más que la que me producían los desayunos junto a los profes. Todos los días que trabajo allí, un grupo de niños y niñas de distintos cursos y edades, asiste a mi oficina para saludarme y pedirme una hoja en blanco para dibujar. Como la oficina es pequeña y sólo hay un escritorio donde apoyarse y allí estoy yo, los niños y niñas se ubican en distintos lugares; muchos de ellos se tiran al suelo y allí expresan su arte. Hacen comics, tarjetas para las mamás, dibujos de las caricaturas de moda, etc. Durante los 15 minutos de su recreo están creando algo, produciendo algo. Muchas de sus obras maestras quedan en mi oficina, y los más artistas me solicitan que las pegue en las paredes para exhibirlas, y yo accedo con gusto.
Inicialmente, eran siempre dos del mismo curso los que iban a visitarme, pero después el número fue aumentando; tantos son ahora, que deben turnarse, y los materiales ya no me alcanzan para todos, las hojas escasean y los lápices también. Antes eran sólo los más pequeños, ahora van hasta de 12 y 14 años a visitarme. Mi curiosidad era tal, que un día, cuando la oficina estaba al máximo de su capacidad, les pregunté por qué preferían estar en la oficina en vez de estar jugando en el recreo en el patio, pues la hoja yo se la podía dar y ellos podían hacer sus creaciones al aire libre. La respuesta fue unánime y estremeció mi corazón: “porque lo queremos”.
Esa respuesta es la que me gustaría escuchar sobre Jesús, cuando le pregunto a la gente por qué asiste a una iglesia: Porque queremos a Jesús. Qué maravilloso sería que la respuesta fuera unánime, por parte de todos los creyentes que se congregan. Que no fuera por los amigos, por tradición, por protección, por rutina o costumbre; que no fuera porque no se tiene otra cosa que hacer ese día, o para no sentirse mal. Qué extraordinario sería que, cuando nos preguntasen por qué no robamos, por qué no adulteramos, no tenemos relaciones prematrimoniales, o no consumimos drogas o alcohol en exceso, dijéramos: Porque queremos a Jesús. Si tuviéramos la convicción de esos niños y niñas pequeñas para responder, no querríamos separarnos por un momento de Cristo, desearíamos disfrutar de nuestro mejor momento (nuestro “recreo”) con Él, ¡porque lo queremos! Anhelo que llegue el día, en que las congregaciones se preocupen más de que la gente quiera más a Jesús que al Pastor, y que si ponen en práctica los principios que se presentan, no sea porque quieren tanto a su líder que no lo quieren defraudar, sino que lo hagan porque aman al Maestro.
Este mundo, el tuyo y el mío, sería mucho mejor si nos moviera el amor por Jesús a hacer las cosas, y no el temor a recibir una consecuencia que no nos gusta, o el qué dirán si hago o digo tal cosa, o la vanidad de ser yo mismo querido por lo que hago o aparento hacer. Este mundo sería el mundo que Dios soñó, si todos nos movilizáramos por el amor al Creador. El amor por Jesús te movería, a no querer hacer nada que quebrara la relación entre Él y tú, no por temor, sino por el deseo de darle motivos para alegrarse y mirarte aún con más amor.
Este mundo necesita que tú demuestres que lo que haces o dejas de hacer, no lo has decidido porque desde un púlpito te lo han dicho; lo haces porque en tu corazón late un amor tan fuerte por Jesús, que te impide no hacerlo, te impide no querer agradar su corazón y no hacerle sonreír. Lo haces porque le amas… y nadie te ha obligado a hacerlo, tú lo decidiste.
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