Dentro de las excentricidades de mi personalidad está la necesidad de comunicar TODO lo que estoy sintiendo y/o pensando. En ocasiones, cuando no puedo decírselo directamente a mi interlocutor, escribo casi testamentos en donde trato de comunicar con el mayor detalle posible lo que quiero manifestar, aunque otras veces no lo digo claramente. Sin embargo, aún tengo cosas urgentes que decir y que no he podido comunicar. No he podido comunicarlas por temor, por orgullo, por vergüenza, por timidez, por sentir que no es el momento apropiado, porque creo que ya no tiene sentido decirlas, pero la verdad no es así. Tener algo pendiente que decir es como tener que hacer un trámite con un plazo final de término y posponer, posponer y posponer la acción.
Eso te genera ansiedad, preocupación e incluso sensaciones físicas como temblores, dolor de estómago, sudoración de manos, taquicardia, falta de aire y una lista aún más larga de síntomas que tú y yo en más de una ocasión hemos experimentado.
A veces extraño esa sencillez de la niñez. Echamos de menos ser capaces de decir transparentemente lo que nos pasa, lo que necesitamos y lo que nos duele. Eso es algo que perdemos con la edad y con las ideas de “ser adulto” que se nos van instalando en la cabeza. Y lo que es peor, pretendemos ser “fuertes”, “perseverantes”, “resistentes”, cuando lo único que hacemos es ser lo más “blandos” posible, hacer una "pataleta" cualquiera expresando lo frustrado o enojado que nos sentimos. Lo peor de todo es que pretendemos aparentar a quien más y mejor nos conoce, aparentar a Jesús.
Por si se te ha olvidado, Jesús fue de carne y hueso como tú y como yo, por lo tanto su empatía con el género humano es bastante grande, por no hablar de su misericordia y gracia. Él vivió experiencias humanas y puede entender lo “podridos” que nos sentimos a ratos. Lo difícil que es vivir con uno mismo cuando la cabeza no para de pensar y tú nunca dejas de escucharte. Sí, leíste bien. Escucharte como si tuvieras a un "Pepe Grillo" sobre tu hombro.
Cada vez que sientas esta necesidad de decir todo lo que piensas y sientes, no lo filtres, al menos, no con Jesús. Él no se va a sorprender ni pensará que algo te pasa; agradecerá tu honestidad y disfrutará de tu berrinche, porque le encanta poder transformar las grandes penas en grandes alegrías.
Tal vez te quedan muchos “perdona” por decir, o muchos “te amo” por atreverte a declarar; tal vez te faltan muchos “gracias” que dar, aprovecha ahora. Este es el momento preciso. Ejercita con Jesús, comienza diciéndole a Él lo que te falta por preguntar o llorar. Nadie está esperando que seas fuerte eternamente y ante todas las dificultades ¡NADIE! Ni siquiera Jesús…Él quiere ser fuerte por ti, Él quiere perfeccionarse en aquello que a ti te hace un débil “merengue”.
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