El otro día noté lo necesitado que estaba; cuando alguien me habló de una forma incorrecta, respondí de la forma que menos esperaba hacerlo. Mi vocabulario está cambiando y esa es señal de que me estoy alejando de ti.
El otro día reaccioné de una forma inadecuada a algo tan sencillo de tratar, dejé que mis impulsos gobernaran mis acciones y me di cuenta, que ya no soy tan manso como solía ser cuando pasaba tiempo a solas contigo y mi carácter mejoraba; sin embargo, ahora me he dejado dominar por mis impulsos y ellos me hacen reaccionar, no como tu hijo sino como un total desconocido.
¡Ay Señor! ¡Cuánto te necesito! A veces he orado y no te he sentido, sé que estás siempre allí, sin embargo mi mente me hace pensar que no merezco tu presencia y muchos menos que inclines tu oído para escuchar mi oración.
He tratado de leer tu Palabra y ya no siento el mismo gusto que antes sentía. A veces creo que lo sé todo, que no hay nada que deba aprender o que alguien me pueda enseñar, ¡Ay Dios! ¡Cuánto te necesito! He perdido mi humildad, he dejado de ser como un niño para convertirme en un “adulto” sabelotodo.
Te sirvo Señor, sin embargo siento que no lo hago con la misma intención de antes. Recuerdo que tiempo atrás oraba antes de cada servicio, recuerdo cómo me preparaba, tan minuciosamente..., recuerdo lo importante que era para mí hacer el trabajo que me habías encomendado, sin embargo me miro hoy en día y me doy cuenta que lo hago sólo por hacerlo, que todo se ha convertido en una rutina y he dejado escapar aquella pasión que un día existió en mi corazón por hacer tu obra.
¡Dios, te necesito!, lo puedo notar en cada detalle, no soy el mismo, no soy el que Tú quieres que sea; me he dejado manipular por mis pensamientos de derrota, por esos pensamientos negativos que me predican que no soy merecedor de ti, y a veces he pensado en alejarme porque creo no ser digno de ti, pero cada vez que lo intento, Tú me sorprendes con algo especial.
El otro día pensaba en rendirme, creí que ya no podía más, me sentía débil, sucio, fracasado, inmerecedor de tu gracia, inmerecedor de tu misericordia; sin embargo, hoy puedo sentir tu presencia, y es que mi corazón te necesita. ¡Oh Dios!, mi ser te anhela, pero aunque te necesite y te anhele, hay algo en mí que no entiendo, hay algo que no me deja avanzar, hay algo que no me deja sentir lo que quiero sentir. ¡Ayúdame, oh Dios!
Cierro mis ojos y callo, de mis ojos salen lagrimas que recorren mis mejillas, quisiera decirte tantas cosas... y de mi boca no sale nada más que una frase, llena de mucha emoción sincera, que dice: “Dios, te necesito”.
Al expresar con tanta sinceridad esa frase, puedo sentir cómo me escuchas, puedo sentir tu abrazo estremecedor, puedo sentir cómo me consuelas; sí, lloro como un niño, lloro porque no sé qué decir, lloro porque ya no puedo más; sin embargo Tú me abrazas, me haces sentir importante, me haces sentir tuyo, me susurras al oído unas dulces palabras, que me recuerdan lo que sientes por mí: “Hijo, yo te amo y siempre te he amado, nunca te he dejado ni lo haré, si tú quieres puedo restaurarte, sólo depende de ti y de la disposición real que tengas para que eso suceda”.
Hace mucho que quería sentir esta presencia, pero no logro decir nada más que: “Si Señor, te necesito, sí Señor, estoy aquí y estoy dispuesto a que restaures mi vida”. Una suave brisa se deja sentir, esa brisa que me recuerda que el Espíritu Santo de Dios esta obrando en mi vida; mientras lloro, puedo sentir cómo una enorme carga se va de mí, puedo sentir cómo Dios me abraza y no me suelta, y es entonces cuando entiendo que yo sigo siendo importante para Él, que a pesar de mi enorme necesidad de Él, no se esconde de mí, sino que su presencia me renueva y me da nuevas fuerzas.
Puede que hoy tú sientas una enorme necesidad de Dios, quizá durante muchos días lo has buscado y no has sentido su presencia, pero eso no significa que Él no este allí; es más, si por un momento callas y cierras tus ojos, vas a percibir como Él está ahora mismo a tu lado, tratando de abrazarte mientras tú te sigues reprochando cosas que Él no te reprocha y de las cuales ya te ha perdonado o te quiere perdonar, si tan sólo se lo confiesas.
¡Habla con Dios! Dile lo mucho que le necesitas, dispón por completo tu corazón y deja que Él restaure tu vida.
¡Hoy Dios quiere saciar tu necesidad de Él!
Luego dijo Jesús: "Vengan a mí todos los que están cansados y llevan cargas pesadas, y yo les daré descanso.”
Mateo 11:28 (Nueva Traducción Viviente)
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