viernes, 24 de mayo de 2013

Buscando dentro de los cajones - Reflexiones

Dos abuelos. Cuarenta años de convivencia fecunda y fiel. Se conocían lo suficiente como para darse todavía la sorpresa de un malentendido. Era justo lo que había sucedido esa mañana.
El abuelo era un hombre jovial y bastante espontáneo. Impetuoso en sus reacciones, solía "pasarse" cuando decía sus verdades.
La abuela, en cambio, era más paciente, también de reacciones más lentas. Por eso, aquel cruce de palabras que la habían ofendido, la llevó a su conducta habitual: el mutismo.
El recurso del silencio suele ser frecuente en personas que están obligadas a una convivencia muy cercana. Sobre todo cuando no existe la posibilidad de escapar como en un grupo. Y estos dos abuelos pasaban gran parte de la semana solos, porque sus tres hijos casados no vivían en el mismo pueblo, y los encuentros solían darse sólo los fines de semana. Y este suceso aconteció un miércoles.
La discusión se había producido por la mañana. Para la hora del almuerzo, se comió en silencio.
El televisor llenó un poco el vacío, sin solucionar el problema. El color mate de la tarde les vio reunirse dentro del mismo ambiente. Y llegada la cena, continuaba aún el mutismo por parte de la abuela.
Al abuelo ya se le había pasado totalmente el mal rato, y quería que le sucediera lo mismo a su compañera. Pero esta era de reacciones más lentas. Por tanto había que encontrar una manera de hacerla hablar, sin que ello significara capitulación por ninguna de las dos partes.
Porque el asunto que les había distanciado era intrascendente y no valía la pena volver sobre ello.
Cuando ya se iban a acostar, al abuelo se le ocurrió una idea. Se levantó con cara de preocupación, y abriendo uno de los cajones de la cómoda, se puso a buscar afanosamente en él.
Sacaba la ropa y la tiraba sobre la cama. Después de haber vaciado ese cajón, lo cerró con fuerza y se puso a hacer lo mismo con el siguiente. Cuando ya se decidía a hacer lo mismo con el tercero, la abuela rompió el silencio y preguntó, entre enojada y preocupada:
“¿Se puede saber qué diablos estás buscando?”
A lo que contestó su marido con una sonrisa: “¡Si! Y ya lo encontré: ¡Tu voz, querida!”

La voz es un regalo de Dios. No permitamos que los problemas del diablo nos roben la hermosa oportunidad de comunicarnos. El silencio es como el frío, penetrante en el alma. Devolvámonos el corazón.
!!La voz de mi amado! He aquí él viene Saltando sobre los montes, Brincando sobre los collados. Cantares 2:8.
Paloma mía, que estás en los agujeros de la peña, en lo escondido de escarpados parajes, Muéstrame tu rostro, hazme oír tu voz; Porque dulce es la voz tuya, y hermoso tu aspecto. Cantares 2:14.
Es la voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía, perfecta mía, Porque mi cabeza está llena de rocío, Mis cabellos de las gotas de la noche. Cantares 5:2.

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