sábado, 20 de abril de 2013

El Paciente de la Ventana - Reflexiones

Dos hombres, gravemente enfermos, compartían el mismo cuarto en un hospital.
A uno de ellos le hacían sentarse, una hora cada día, recostado en su respaldo para favorecer un drenaje. Su cama daba a la única ventana del cuarto. La cama del otro, en la otra extremidad, quedaba sin posibilidad alguna de ver hacia afuera.
Los enfermos, pasaban horas, tanto como podían, conversando desde sus camas, evocando a sus familias, sus trabajos, sus amigos, sus viajes…
Cuando sentaban al enfermo de la ventana en su cama, éste pasaba su hora de tratamiento describiendo a su compañero lo que veía en el exterior. Había un hermoso bosque en donde frecuentemente se veían animales.
También había un lago donde los cisnes nadaban y los niños, entusiasmados, hacían navegar sus barquitos de vela. Un césped y un jardín, en donde se diría que las flores habían sido coloreadas por el arco iris. El enfermo del otro extremo del cuarto, desde hacía días había comenzado a vivir de nuevo, a través de las animadas escenas descritas por su amigo de la ventana. Éste le contaba que los jóvenes enamorados caminaban unidos por el brazo. Más lejos dos esposos se divertían con sus niños haciendo volar una cometa.
Y ahora, inesperadamente, una banda de músicos uniformados y con vivos colores, pasa a lo largo del lago atrayendo a los paseantes. Por supuesto que la ventana cerrada impedía a los enfermos oír la música. Lástima, pero evidentemente y a juzgar por el entusiasmo de la gente, descrito por el relator, debían tocar muy bien. Mientras el hombre de la ventana describía las imágenes que desfilaban ante sus ojos, el otro cerraba los suyos e imaginaba las pintorescas escenas. Los días y las semanas pasaban, y cada día, el hombre del fondo del cuarto esperaba con ilusión contenida las descripciones de su amigo.
Una mañana la enfermera llegó para lavar a los pacientes, y encontró, con tristeza, el cuerpo sin vida del enfermo de la ventana, que se había ido apaciblemente durante el sueño. Llamó a los dependientes del hospital para que retiraran el cuerpo.
Tiempo después, y tan pronto como le pareció oportuno, el otro enfermo, no sin tristeza, pidió a la enfermera si podía trasladarle al lugar de la ventana. Esperaba ver, con sus propios ojos, las coloridas imágenes que durante tantos días su amigo le había transmitido.
La enfermera, contenta de poder proporcionarle ese servicio, le cambió de lugar, y en cuanto constató que el enfermo estaba cómodo, le dejó solo.
Lentamente, éste se deslizó en su cama, hasta lograr incorporarse lo suficiente para mirar a través de la ventana. Pero, para su inesperada sorpresa, delante de él y pocos metros hacia afuera, se interponía un enorme muro blanco.
Contrariado, el enfermo preguntó más tarde a la enfermera, qué razón habría llevado a su compañero fallecido a describirle tantas escenas imaginarias. “Imposible que las viera”, contestó la enfermera, su compañero era ciego, y evidentemente no podía ni siquiera ver el muro de enfrente. Él inventó todo, porque seguramente deseaba comunicarle a usted la alegría de vivir.”
Hacer felices a los otros es el secreto de la propia felicidad. 
La economía de la alegría es extraña.

Un dolor compartido se reduce a la mitad, pero la felicidad compartida 
se multiplica al doble.
1 Pedro 1:22
Habiendo purificado vuestra almas en la obediencia de la verdad, por el Espíritu, en caridad hermanable sin fingimiento, amaos unos a otros entrañablemente de corazón puro.
2 Corintios 1:7
Y nuestra esperanza de vosotros es firme; estando ciertos que como sois compañeros de las aflicciones, así también lo sois de la consolación.
Romanos 15:13
Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz creyendo, para que abundéis en esperanza por la virtud del Espíritu Santo.

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