Cuenta un relato acerca de un niño que vivía en Nepal con sus padres y su abuelo anciano. Su mamá permanentemente se quejaba de que el abuelo demandaba constante atención y que era una carga para la familia.
Era tanto el desdén que les inspiraba el abuelo, que en algunas oportunidades, ni siquiera le tenían en cuenta a la hora de comer. El único que tenía una relación muy estrecha y excelente con su abuelo era el niño, quien generalmente guardaba comida a escondidas de su madre, para dársela más tarde al anciano.
Hasta que un día, la madre del chico, enterada de la complicidad entre niño y viejo, les dio un ultimátum: ¡el abuelo debía abandonar la casa!…. Así es que el padre del niño, un hombre falto de carácter, al no poder controlar la situación, decidió enviar a su padre a su pueblo natal, donde tendría que vivir solo. De esta manera, tal y como era la costumbre, compró una silla de mimbre para llevar al anciano.
A la mañana siguiente, cargaron al abuelo en la silla y partieron hacia el pueblo. El niño rogó que no se lo llevasen, pero, pese a sus súplicas y su llanto, ninguno de los padres se conmovió. No le quedó más remedio al chico, que despedirse del abuelo y aprovechar para decirle a su padre: papá no vayas a olvidarte de traer de vuelta la silla de mimbre.
El padre, un tanto intrigado, le preguntó: ¿Traer de regreso la silla?…¿y para qué?, ¿qué vamos a hacer con la silla de mimbre? A lo que el niño respondió: “Padre, quiero tenerla en casa, para que cuando tú envejezcas como el abuelo, y seas una carga para la familia, usar la silla para irte a dejar en tu pueblo”.
Queridos hermanos: la lealtad es uno de los valores más sublimes, pero a la vez sumamente complicado de mantener siempre. Y las víctimas de la deslealtad, generalmente, son los nuestros, aquellos a quienes decimos amar o querer. Y es que, con nuestro engañoso corazón, amamos a los demás cuando estos están gozando de éxito, de prosperidad, de salud, de bienestar, o sea, cuando están bien. Pero cuando estas mismas personas han caído, cuando ya no son exitosas ni prósperas, y hasta han envejecido, entonces las apartamos de nuestra lista de intereses, las ignoramos al sentir que nos molestan. De ahí que muchas residencias, refugios, hospitales, casas de beneficencia, asilos de ancianos, estén saturados de viejecitos(as) que después de haber sido personas de bien, pensantes, trabajadoras, honestas, que han generado recursos y amor en sus hogares, terminan abandonadas como objetos sin valor, ignoradas por sus familiares, por la sociedad.
La Sagrada Escritura en el libro de Gálatas 6: 9-10 menciona lo siguiente: “ No nos cansemos de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharemos si no nos damos por vencidos. Por lo tanto, siempre que tengamos la oportunidad, hagamos bien a todos, y en especial a los de la familia de la fe.”
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