El domingo conversaba con un joven que conozco desde niño. En algún momento fue más pequeño que yo, ahora debe inclinarse para saludarme y aún no cumple ni los 18 años de edad. Quiere ser psicólogo como yo y cuando abre su boca brota de él algo distinto, algo que no es comparable con lo que a otro joven como él le podría parecer divertido o atractivo.
Me alegra el corazón escuchar hablar a este joven; años atrás parecía ser que nada le interesaba mucho, se le veía serio, en silencio y no hablaba mucho. Hoy es un joven que conversa con otros, que mira a los ojos y que vive su vida intensamente.¿Qué pasó en su vida que le hizo cambiar tanto? ¿Habrá tenido una experiencia dolorosa que le invitó a reinventarse y aprovechar el tiempo al máximo? ¿Habrá tenido que superar algo muy difícil que le dio fuerza y carácter? Puede ser, pero no es la única razón. Este joven conoció y entendió quién es Jesús. Sí, él siempre supo de Jesús, pero no le había conocido y entendido hasta ahora.
Cuando somos capaces de tener este encuentro tan profundo con Cristo, nuestra vida deja de ser la misma. Y deja de ser la misma porque entra en escena alguien que no puede ocupar otro papel que no sea el estelar. Es irreemplazable lo que Él hace, insustituible.
Días atrás vi la película “Vida de Pi”, que narra la aventura de un joven de la india y un tigre que vivía en el zoológico de su familia. Es increíble todo lo que narra la película, pero una de las muchas cosas que propone, es que cada uno escoge cómo quiere explicarse los hechos que ocurren en su vida: o es casualidad o es propósito de Dios.Y así es, cada uno de nosotros decide cómo se va a explicar lo que vive y lo que le ocurre; lo cierto es que, sea como sea, siempre se tratará de una elección, como la que hizo el joven de quien les hablaba; este joven se decidió por Cristo en su corazón, y tal como conversábamos ese día,
ese “Sí” que él dio es como el “sí, acepto” de los votos matrimoniales, es un sí eterno, es un “Sí, para siempre”.
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