Lo que antes para mí era prohibido se hizo normal, me acostumbré a pecar, el dolor por hacerlo desapareció poco a poco, mi mente ya no me acusa y hasta en ocasiones siento placer al hacerlo. ¡Qué ha pasado conmigo!
Era tan sensible a su presencia..., sin embargo ahora me he convertido en un insensible, no puedo sentirle, no hago nada por experimentarlo, me paro allí esperando que algo pase y no pasa nada, sé que soy el problema y sin embargo no hago nada para salir de allí.
Me encuentro en un hoyo profundo, no tengo intención real de cambiar aunque sé muy bien que estoy mal, me cansé de ser bueno, me cansé de perder aunque sé que para ganar tengo que perder, hasta en ocasiones le he cuestionado y aunque sé las respuestas y que la razón siempre la tiene Él, no sé por qué razón me hago preguntas sin sentido.
El fuego se apagó, la pasión la opaqué, el Espíritu Santo lo contristé y lo peor de todo es que soy consciente de todo y no hago nada para solucionarlo. ¡Ay de mí! ¡En quien me he convertido!
¡Lloro de pena! ¡Lloro de dolor! ¡Lloro al recordar lo que era y lo que ahora soy! ¡Cómo pude llegar a esto! ¡En qué momento pasó! ¡Ay de mí! ¡Pobre de mí!
Hoy en verdad quiero comenzar de nuevo, y aunque no tengo deseos de hacerlo, ¡tengo que hacerlo! No me gusta ser quien soy; aunque a mi carne le agrade, mi espíritu no se conforma.
Dentro de mí sé que no he nacido para esto, no es lo mío vivir así. Dios me señaló para ser uno de los suyos, para hacer la diferencia, para vivir con pasión, para llevar a cabo su obra, para cumplir sus planes; por eso y más, ¡tengo que salir de aquí!
¿Cómo hago si no tengo deseos de hacerlo?, ¿cuál es la clave para salir de aquí?, porque lo he intentado en otras ocasiones y no lo he logrado; sin embargo, hay algo dentro de mí que me dice que esta vez si podré, entonces me pregunto,¿por qué esta vez si?, y una dulce voz me susurra al oído y me dice: “Porque esta vez, yo seré en ti y no te soltaré” y rápidamente viene a mi mente un versículo que siempre he recordado: “Nadie te podrá hacer frente en todos los días de tu vida; como estuve con Moisés, estaré contigo; no te dejaré, ni te desampararé” Josué 1:5 (Reina-Valera 1960).
Lágrimas fluyen, el dolor de haber fallado inunda mi ser, vuelvo a abrir los ojos, aquellos que había cerrado a base de pecados, y al ver, me doy cuenta de que estoy parado en el lugar equivocado, haciendo lo que nunca debí haber hecho, un arrepentimiento genuino nace en mi corazón, me postro ante Su presencia mientras lloro como un niño y le pido perdón por todo.
Un tierno abrazo se hace sentir en mi ser, un Dios Consolador acaricia mi espíritu, de pronto una determinación real nace en mi corazón, Dios me hace ponerme de pie, seca mis lagrimas, seca mi rostro, levanta mi barbilla hacia el cielo y me recuerda que soy su hijo diciéndome: “Tú eres y siempre serás mi hijo, ve y vive como tal”, mientras mi ser se llena de una fortaleza muy grande, mi mente se renueva y nuevamente vuelve a pensar con claridad, aquella pasión perdida regresa, siento ahora el fuego en mí, pero sobre todo me propongo que esto no sea momentáneo, sino permanente.
Ahora es mi tarea, ahora es mi turno, de mí depende no volver a perder aquello que poco a poco desapareció, el fuego, la pasión, el amor y el deseo de hacer el bien. Eso y mucho más es mi tarea, mantenerlo fluyendo en mi vida y no hay otra forma de hacerlo que estando cerca de Él.
No me alejaré, no me perderé, no me confundiré más, ahora viviré cerca de ti cada día de mi existencia. Cuando la duda venga, la derrotaré con la fe y cuando el deseo aparezca, lo venceré con una actitud santa de vivir para Dios.
Su fuego será mi poder, la pasión por Él mi fuerza, y mi amor hacia Él el motivo por el cual luchar cada día de mi existencia para vivir como su hijo, porque mi Padre se lo merece.
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