Habiendo sido su familia pobre, económicamente hablando, sus padres no habían tenido la educación que ellos hubiesen querido, pero sin embargo a Marcela no le faltaba absolutamente nada.
Cuando Marcela cumplió los quince años, escuchó cómo unos jóvenes andaban invitando a otros a asistir a una reunión cristiana, en donde se escuchaba un mensaje de la Biblia y en donde compartían con otros jóvenes de su misma edad. La primera reacción de Marcela fue ignorar a aquellos jóvenes, ya que su forma de vestir se asemejaba mucho a unos “evangélicos”, de los cuales su madre le había advertido que tuviera cuidado.
La poca educación e información de la madre de Marcela hacia ella, había hecho que le dijera a su hija que los “evangélicos” estaban locos, que eran protestantes y que no eran de la religión que Dios había dejado en la Tierra. Eso había provocado en Marcela una apatía a todo lo que tuviera que ver con aquellos “locos evangélicos”.
Sin embargo, y a pesar de tratarlos de ignorar, aquellos jóvenes cristianos invitaron de una forma muy amena a Marcela, le regalaron una invitación en donde se encontraba toda la información necesaria para asistir a dicha reunión.
Marcela tenia una muy buena amiga que también profesaba su misma religión, su nombre Mayra. Marcela le contó cómo había sido invitada a una reunión para jóvenes de la cual había escuchado muy buenos comentarios; el entusiasmo de Mayra removió algo dentro de Marcela que, con mucha curiosidad, le preguntó a su amiga si iba asistir, a lo cual Mayra respondió con un Sí emocionante, seguido de una insinuación para que fueran juntas.
La reunión era un sábado, y ellas habían sido invitadas un miércoles, por lo que Marcela pasó varios días sin decirle nada a su madre de esa famosa reunión de jóvenes. Fue así que, llegado el sábado, Marcela decidió ir con su amiga Mayra por curiosidad, pero lo hizo sin que su madre se diera cuenta, porque entonces se armaría una revolución exagerada en su casa.
Llegando a la reunión, las recibieron unos jóvenes muy alegres, educados y atentos. Todo el ambiente pareció muy bonito, nada religioso, pero sobre todo muy ameno para jóvenes de su edad; después de entonar unos cantos y realizar una dinámica juvenil, se sentaron para escuchar el mensaje. Para sorpresa de Marcela, era un joven, que ella había conocido y con quien había coincidido en su escuela, de nombre Alfredo, quien predicaba. Alfredo había tenido fama de malo, sin embargo ya no era ni la sombra de aquel Alfredo que Marcela recordaba, ahora Alfredo tenia una presentación diferente, sus ojos brillaban de una manera especial, las palabras que salían de su boca eran hermosas, hablaba acerca de Dios y el plan especial que Él tiene para cada uno. Marcela, impactada de oír a un joven como era ella, estuvo atenta todo el mensaje escuchando y analizando todo lo que el transformado Alfredo exponía.
Terminando el mensaje, Alfredo hizo una invitación a aquellas personas que nunca le habían entregado su vida a Cristo; entonces Marcela comenzó a sentir cómo en su corazón había algo raro, lo que Marcela no sabía interpretar era que Dios la estaba llamando ese día; Marcela, un poco angustiada por lo que sentía en ese momento, se volvió para ver a su amiga Mayra, que lloraba como una niña, ¡Dios la estaba tocando!; no pasaron muchos segundos hasta que Mayra corrió hacia el frente decidida a entregarle su vida a Dios; mientras, lloraba porque se estaba encontrando con Cristo. Marcela sentía cada vez más fuerte el deseo de entregar también su vida a Dios, pero la detenía el hecho de que su madre no iba a estar de acuerdo con ella en su decisión. Sin embargo, pudo más el poder de convencimiento del Espíritu Santo sobre la vida de Marcela, que sin pensarlo mucho, comenzó a dar paso tras paso hacia el frente; cada paso significaba una decisión de cambio en su vida, y a pesar de que Marcela no había sido “mala”, en ese momento se dio cuenta de que necesitaba de Dios, de que nunca había tenido un encuentro real con Dios, y que ese día la presencia del Señor sobre su vida era increíble y no podía negarse a ese llamado divino.
Marcela lloró como nunca ese día delante de la presencia de Dios, le pidió perdón al Señor por todos sus pecados y dejó que Jesús entrara a morar en su corazón a partir de ese día. ¡Fue el día más espectacular de Marcela y Mayra! ¡Ese día nacieron de nuevo!
Pasaron varios días para que la mamá de Marcela se enterara de lo que su hija había hecho, y cuando se enteró, habló seriamente con ella y le expresó lo decepcionada que estaba de que ahora ella también fuera “evangélica”, le dijo que ya no era más su hija y que desde ese día iba a estar enojada con ella para siempre. Marcela lloró de tristeza al escuchar a su madre y no pudo, porque ella no se lo permitió, ni siquiera explicarle lo que había sentido y de cómo ahora estaba plenamente feliz por ese paso que había dado.
Los siguientes meses fueron terribles para Marcela, su madre se pasaba enojada todo el tiempo, le prohibía salir e ir a las reuniones de jóvenes y a veces no dejaba ni que fuera a la iglesia. Marcela estaba muy triste, pero eso hacía que buscara más de Dios; cada noche oraba durante varios minutos, incluso horas, para que Dios cambiara a su madre, para que Dios tocara el corazón de su mamá, para que ella también conociera lo que ella había conocido, pero, en cambio, la mamá de Marcela se ponía cada vez más dura y rebelde, cruel por momentos. Parecía que sus oraciones no hacían ningún efecto.
Pasaron los años, y a pesar de que la mamá de Marcela seguía en desacuerdo por lo que ahora ella profesaba, ya no era tan dura con su hija; parecía que se había conformado y que los cambios en Marcela eran testimonio de que estaba haciendo lo correcto. Sin embargo, no perdía la oportunidad de, al menor error, echarle en cara su fe y decirle cosas que le hacían sentir mal a Marcela. Sin embargo, Marcela oraba fervientemente por su madre y su familia, para que Dios tocara sus corazones.
Un día, la madre de Marcela cayó en cama a consecuencia de una enfermedad desconocida. Marcela, como hija amorosa, estuvo con ella a cada momento y, en los momentos de lucidez de su madre, le hablaba de Dios, de cómo Dios podía sanarla, pero que antes de eso también quería salvarla. La mamá de Marcela la escuchaba sin reclamar nada, parecía que la enfermedad había hecho que su corazón se ablandara; fue así como, una noche de dolor por su enfermedad, la mamá de Marcela escuchó a su hija y decidió entregar su vida al Señor; aquella noche fue inolvidable para Marcela, por fin Dios había contestado su petición; a partir de ese día su madre comenzó a mejorar y muy pronto recobró totalmente sus fuerzas y salud.
Un día que Marcela se preparaba para ir a la Iglesia, notó que su madre se puso muy guapa, tomó su cartera y le dijo: “¡Hoy te voy a acompañar a tu Iglesia!”. ¡Marcela no lo podía creer!, pues de su madre había salido el deseo de acompañarla. Ese fue el día más inolvidable de Marcela, por primera vez su madre asistía con ella a la Iglesia; ese mismo día el Pastor expuso un mensaje de salvación y la mamá de Marcela confirmó su entrega a Cristo, dando ese paso de fe y recibiendo al Señor públicamente.
Ahora, muchos años después, Marcela está felizmente casada con un excelente esposo, tiene dos hijos hermosos, viven agradecidos con Dios de cómo Él cambio sus vidas, y su madre ahora es una de las servidoras más fieles y activas de su iglesia; es imposible imaginar, a día de hoy, que esa señora tan dura es ahora una blanda oveja del Señor.
La historia de Marcela es una historia de constancia y recompensa. Constancia, porque a pesar del maltrato que recibió de su madre por haber tomado la decisión de seguir a Cristo, nunca renegó, nunca discutió, siempre se sometió y oró por su familia, sabiendo que Dios había prometido que ellos también serían salvos.
La Biblia nos regala una promesa: “Ellos dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.” Hechos 16:31 (Reina-Valera 1960). Es una promesa, la cual debemos esperar a que se cumpla en un tiempo perfecto que Dios tiene destinado; nuestra tarea es ser constantes, porque si lo somos, obtendremos la recompensa de ver cumplida esa hermosa promesa.
Quizá estés sufriendo mucho con tu familia al orar y orar por ellos y no ver el mínimo cambio o deseo de buscar de Dios. Sin embargo, anímate a seguir siendo constante, a seguir orando, a seguir intercediendo, pero sobre todo, a seguir creyendo que Dios cumplirá su promesa.
No hay comentarios:
Publicar un comentario