Pero tratando el tema desde un
punto de vista personal y, especialmente, desde la necesidad de practicar la
oración, definiremos ésta como la forma ideal de comunicación con el Señor. Me
explico: cuando nos comunicamos con un amigo estamos conversando con él. ¿Qué
mejor amigo podemos tener que Dios? ¿Qué mejor amigo podemos tener que Cristo?
A Él, nuestro mejor amigo, le encanta que conversemos con Él y la forma en que
lo podemos hacer es a través de la oración. En definitiva “orar” es conversar
con Dios. Veremos, entonces, la
necesidad que tenemos de hacerlo con asiduidad.
"Pedís y no recibís, porque
pedís mal, para gastar en vuestros deleites".
Santiago 4:3
Reflexivamente vemos que,
La Biblia habla muy claramente de la importancia
de la oración. La oración nos acerca a Dios, nos libera de las presiones,
nos permite contemplar milagros y clarificar la mente. Pero, ¿realmente estamos
caminando por los genuinos senderos de la oración?
Sabemos
que muchas de las oraciones que hacemos son inefectivas y a veces sin respuesta
alguna, porque pareciera que muchas de nuestras oraciones son sólo una lista de
lo que queremos que Dios haga por nosotros, y mucho de eso no es sino una lista
de deseos egoístas.
El libro de Santiago lo dice claramente en el Nuevo
testamento en el capítulo 4:2-3
“No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones”.
Oración anhelada es la que parece una carretera de dos vías. No es solamente yo corriendo por un canal, sino que Dios viene a mi encuentro en el canal contrario para darme su guía, corrección y enseñanza y en muchas de esas ocasiones tenemos que detener nuestra carrera egoísta y apresurada para simplemente sentarnos a sus pies para ser dirigidos y nutridos por él.
“No tienen, porque no piden. Y cuando piden, no reciben porque piden con malas intenciones, para satisfacer sus propias pasiones”.
Oración anhelada es la que parece una carretera de dos vías. No es solamente yo corriendo por un canal, sino que Dios viene a mi encuentro en el canal contrario para darme su guía, corrección y enseñanza y en muchas de esas ocasiones tenemos que detener nuestra carrera egoísta y apresurada para simplemente sentarnos a sus pies para ser dirigidos y nutridos por él.
Salmo 37:4 dice: “Pon tu delicia
en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón”. La palabra más
determinante aquí es “Delicia” en el Señor. La belleza de la oración no es
llegar con la lista en la mano, sino llegar a deleitarnos en su presencia.
Llegamos,
sí, con nuestros propios deseos, pero al deleitarnos en Él, el Señor cambia nuestros
deseos egoístas por los de Él y es entonces cuando Dios cumple los deseos de mi
corazón los cuales ya no son los míos sino los que Dios ha sembrado en mi
espíritu.
El
Padre nuestro es el mejor modelo, ya que en esa oración modelo lo que sobresale
es el Reino de Dios. “Venga tu Reino” y no el mío y finaliza con “Porque tuyo
es el Reino, el Poder y Gloria por los siglos de los siglos”. Amén.
La
verdadera oración termina desplazándome a mí y entronizando al Señor en mi
vida. La real oración no es la que es impulsada por el deseo de pedir algo o
solicitar la intervención divina en las turbaciones de la vida, sino aquella
que es sostenida por la sed intensa del espíritu por estar en la presencia e
intimidad de Dios.
La
oración ligera es la motivada por un enfoque en mis dolores y quebrantos pero
la real y genuina es la que es filtrada por un corazón libre de resentimientos
y amarguras.
Es el
deseo de Dios compartir tiempo con nosotros, darnos su corazón y envolvernos en
su ternura cuando llegamos a sus pies en una oración hambrienta, más en
conocerlo a él en lugar de tener nuestros problemas resueltos, y cuando así lo
hacemos él nos recompensa con su dádiva que sobrepasa nuestro entendimiento.
Por lo tanto y como consecuencia: cuando oremos,
cuando conversemos con el Señor, hagámoslo de corazón, entreguémonos a Él, dejemos
a un lado, no las olvidemos por supuesto, nuestras peticiones o necesidades.
Charlemos con Él con admiración y respeto, reconociendo que, como pecadores que
somos, necesitamos de su perdón y reconozcamos, antes de hacerle nuestras
peticiones, que Él es nuestra guía en la vida, e invitémosle a entrar y dirigir
la nuestra. Ese debe ser el principal motivo para orar a Dios.
Que
Dios nos ayude a entender la genuina y verdadera oración. En el nombre de
Jesús, amén.
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