“Entonces dijo Sara: Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo”
(Génesis 21:6).
El lugar estaba atestado de personas que se empujaban entre sí para ver con sus propios ojos si era cierto lo que la gente estaba diciendo. El comentario había corrido como la pólvora en la ciudad y en sus lugares cercanos. ¡Una mujer de 91 años ha dado a luz!, decían. La imagen era tierna y asombrosa a la vez. Sara acunando al bebé y a su lado, su esposo Abraham, de 100 años, con la brillante mirada de un padre orgulloso que no puede evitar suspirar de felicidad. Todos, dentro de aquella rústica tienda que le servía a la familia como casa rodante en su viaje espiritual. Entre tanto ruido se oía gorjear a un bebé cuyo nombre era Isaac y que significa: risa. La promesa encarnada, el deseo cumplido, la oración contestada hacían que todos rieran.

Sin importar la época, el suceso es el mismo. Una pareja de la tercera edad disfrutando de un gran milagro de Dios. Un milagro que había sido prometido por Dios 27 años antes. La promesa había llegado a su cumplimiento y aquellos ancianos sólo podían sonreír ante la grandeza de Dios, manifestada en el regalo de una vida.
Veamos las palabras de Sara en esos días: “Entonces dijo Sara: Dios me ha hecho reír, y cualquiera que lo oyere, se reirá conmigo” (Génesis 21:6). Ella sabía lo que testificaba. Hacía casi tres décadas que se había reído también, pero su risa en aquel momento fue de incredulidad. No podía asimilar la palabra profética que le había sido dada. Una matriz seca no podía albergar un hijo, ese era su pensar. Dios trabajaría con Sara y le ayudaría a cambiar de opinión.
No tenemos toda la información en Génesis del proceso de Dios para robustecer la fe de Sara, pero sabemos que ella cambió de actitud por lo que dice Hebreos 11:11: “Por la fe también la misma Sara, siendo estéril, recibió fuerza para concebir; y dio a luz aun fuera del tiempo de la edad, porque creyó que era fiel quien lo había prometido.” Cuando Sara estuvo preparada para la promesa, entonces recibió su cumplimiento.
La historia de Abraham sigue desconcertándonos hoy, y las palabras de Sara siguen teniendo vigencia, porque todo el que lee el relato tiene, indudablemente, la silueta de una sonrisa en el rostro. Ese efecto hermoso causan los milagros de Dios en las personas. También su experiencia nos deja un ejemplo aleccionador de fe y perseverancia que debemos imitar.
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