jueves, 20 de diciembre de 2012

Cuando la Vida me pase la factura - vídeo

El lugar en donde por gracia me tocó vivir es típico de montaña. Árido, seco, con días con diferencias térmicas significativas…, como que la montaña está a unos pocos kilómetros de casa. Tanto es así que si miramos hacia el oeste, desde cualquier punto de la ciudad, tiene como fondo la imponente e indescriptible belleza de la cordillera de Los Andes.
De camino a Chile, cuyo punto más alto en mi camino se encuentra en el Túnel Internacional “Cristo Redentor” a unos 3.750 metros sobre el nivel del mar, los cerros parecen estar ahí a tan sólo unos pasos delante de nosotros. A medida que avanza el coche parecen ir acompañando el movimiento y corriéndose hacia atrás. Es que son tan grandes que parecen estar a unos pocos pasos, pero en realidad están a kilómetros de distancia. Pero el hecho más curioso y sorprendente es que al detenernos a un costado del camino y echar una mirada hacia atrás, podemos ver que la ciudad ya se ha perdido entre los cerros, vemos, también, lo alto que nos encontramos y lo mucho que hemos subido y avanzado. El valle ha quedado atrás y muy por debajo.
Eso me recuerda a nuestro tránsito por esta vida. Quienes hemos conocido la inconmensurable Gracia de Dios hemos iniciado un camino de montaña. Debería ser recto y lleno de luz, pero en cambio suele ser sinuoso. Eso sí… siempre ascendente, aunque para seguir ascendiendo a veces haya que bajar unos pocos metros, como el camino de montaña.
Y es que así es nuestra vida. Sinuosa muchas veces. Camino recto en otras ocasiones. Ascendente otras tantas, y en franca bajada otras. El imponente Cielo nos aguarda y lo vemos frente a nosotros… tan cerca y tan lejos…
Debo reconocer que mi tránsito por esta vida ha sido sinuoso, difícil. Lleno de peligrosos desfiladeros y resbaladizos precipicios. Sólo Tu Diestra me ha sostenido. Está mi alma apegada a ti; Tu diestra me ha sostenido. (Salmos 63:8 RV60) ¡Gracias mi amado Señor!
A veces en íntima y agradable comunión con mi Amado Señor. Otras, con una relación tensa, tirante y tortuosa, como la de un padre y un hijo distanciados.
“Pasar la factura”, a veces, significa “cobrar”. Mi camino hacia la Eternidad ha sido difícil y pesado. Sinuoso, con muchas subidas y bajadas como camino de cordillera. Por supuesto no faltará quien diga que “con Cristo todo lo puedo…”, “Cristo me fortalece…”,  “lumbrera a mi camino”, “en el poder del Espíritu…”, “Cristo pagó el precio” y un larguísimo “etc.” y tendrá sobrada razón. Pero el asunto a tratar hoy es la objetiva vivencia en esta vida. No podemos vivir siempre “mirando hacia arriba”, nos tropezaríamos, nos llevaríamos todo por delante. Como seres espirituales que transitamos un camino de humanidad en este mundo corrupto fuera del Edén, no podemos eludir el camino que nos toca transitar en él. Como seres humanos con pasiones, emociones y sentimientos a veces confusos y encontrados, hoy podemos estar en la más alta e íntima comunión con Dios, y mañana distanciados de Él como hijo que no quiere saber nada más de su padre. ¿Quién dijo que los creyentes no somos capaces de enojarnos con Dios?
Es por eso que muchas veces nos asalta esta reflexión. Cada uno deberá afrontar, tarde o temprano, las consecuencias de lo actuado en esta vida. Y nadie será la excepción. A los creyentes todo nos ha sido perdonado, mas no todo sanado. Cristo ofrece perdón por el pecado, mas no eludir las consecuencias de lo actuado.

No os engañéis;  Dios no puede ser burlado:  pues todo lo que el hombre sembrare,  eso también segará.

(Gálatas 6:7 RV60)

Y si sobre este fundamento alguno edificare oro,  plata,  piedras preciosas,  madera,  heno,  hojarasca, la obra de cada uno se hará manifiesta;  porque el día la declarará,  pues por el fuego será revelada;  y la obra de cada uno, sea cual sea, el fuego la probará. Si permaneciere la obra de alguno que sobreedificó,  recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quemare, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo,  aunque así como por fuego.

(1 Corintios 3:12-15 RV60) 

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