jueves, 20 de diciembre de 2012

Compasión - Devocional

A veces sentimos que estamos viviendo en medio de un pueblo cristiano que no conoce o no utiliza la palabra compasión. Estamos tan acostumbrados a ser duros con las personas, a darle la espalda a los que pecan y son descubiertos, a desechar a aquellos que ya no nos son útiles, que convertimos, sin darnos cuenta, el cristianismo en “club exclusivo para perfectos”.
Yo no soy perfecto, pero sí soy perdonado y estoy siendo transformado cada día de mi vida. Y esa obra que Dios comenzó cuando le abrí mi corazón terminara el día en el que Él venga por nosotros.
Siendo sincero, a mí me costo mucho trabajo poner en practica la palabra compasión, crecí en un ambiente cristiano en donde me exigían sin que se viera como una exigencia, que fuera perfecto en todo, en mi manera de vestir, de hablar, de comportarme y hasta de peinarme el cabello; era una insistencia tal, que al ver que otros no cumplían con dichos requisitos, tendía a pensar que no eran cristianos o que no habían tenido un encuentro real con Dios.
Fui muy duro con algunas personas que “no daban la talla”, según yo. Hoy día me doy cuenta de lo equivocado que estaba, de lo duro que fui sin tener razón alguna para serlo y de los errores que cometí pensando en su momento que hacia lo correcto.
A veces, con nuestros inventos sobre la vida cristiana lo único que hacemos es cerrarle la puerta a las personas para que conozcan de Jesús, ya que al inventar un concepto tan elevado de vida cristiana lo único que hacemos es que la gente se dé cuenta de que no podrá llegar a “ese nivel” que predicamos, y con ello lo que la gente hace, en vez de acercase a Dios, es alejarse y darse cuenta de que no pueden pertenecer a ese grupo de personas “superperfectas”.
Yo predico un evangelio no para los perfectos, sino para los que no lo somos, para aquellos que reconocemos que necesitamos de Dios cada día, para aquellos que reconocemos que todos los días tenemos una oportunidad más para intentar agradar a Dios y que si en algún momento fallamos, tenemos, gracias a Su misericordia, la oportunidad de reivindicarnos e intentar ser mejores para Él. Pero esa intención sólo puede nacer de un corazón que es agradecido y que ama al Señor, no por una imposición ni por una amenaza, sino por una decisión que proviene del darse cuenta de lo que Dios ha hecho, está haciendo y hará en nuestra vida.
¿Cómo estás tratando a los que les es difícil agradar a Dios? ¿Estás desechando a los que pecan? ¿Les das la espalda a los que fallan? ¿Te olvidas de los que un día te fueron útiles para la obra pero ahora ya no? ¿Cómo son tus actitudes hacia esa clase de personas que no llegan el “estándar” que tú necesitas?: ¿los ignoras?, ¿los desprecias?, ¿les cierras las puertas?
A veces deberíamos reflexionar un momento sobre nuestras actitudes hacia nuestro mismo pueblo, hacia nuestro mismo cuerpo, porque estamos siendo demasiados duros. En lugar de restaurar, estamos terminando de sepultar, en lugar de levantar, les dejamos en el suelo, no estamos teniendo compasión por la gente.
Al leer la Biblia deberíamos tomar ejemplo de nuestro Señor Jesucristo en cuanto a su compasión hacia las personas:
Compasión por los perdidos y confundidos:

“Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor.” Mateo 9:36 (Reina-Valera 1960)

Compasión por los enfermos y necesitados:

“saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos.” Mateo 14:14 (Reina-Valera 1960)

Compasión por los hambrientos y débiles:

“Y Jesús, llamando a sus discípulos, dijo: Tengo compasión de la gente, porque ya hace tres días que están conmigo, y no tienen qué comer; y enviarlos en ayunas no quiero, no sea que desmayen en el camino.” Mateo 15:32 (Reina-Valera 1960)

Si queremos vivir y reflejar un verdadero evangelio, tenemos que tener compasión de la gente, no  ignorarlos, ni mucho menos felicitar a los que fallan, debemos tener comprensión, amor, ayuda, restauración. ¡De eso se trata! Pero para ello necesitamos tener primero compasión para poder actuar.
Hay un consejo que el Apóstol Pablo da a los Gálatas que deberíamos tener muy presente a la hora de juzgar o querer reprender las acciones de otros; el Apóstol Pablo aconsejó lo siguiente:

“Amados hermanos, si otro creyente está dominado por algún pecado, ustedes, que son espirituales, deberían ayudarlo a volver al camino recto con ternura y humildad. Y tengan mucho cuidado de no caer ustedes en la misma tentación. Ayúdense a llevar los unos las cargas de los otros, y obedezcan de esa manera la ley de Cristo. Si te crees demasiado importante para ayudar a alguien, sólo te engañas a ti mismo. No eres tan importante. Presta mucha atención a tu propio trabajo, porque entonces obtendrás la satisfacción de haber hecho bien tu labor y no tendrás que compararte con nadie. Pues cada uno es responsable de su propia conducta.”

Gálatas 6:1-5 (Nueva Traducción Viviente)
Dejemos de desechar o ignorar a los que fallan, a los que pecan, a los que realmente les cuesta ser fieles a Dios; en su lugar ayudémoslos, amémoslos, tengamos ojos de compasión para ellos, resturémoslos con ternura y humildad, sabiendo que en cualquier momento nosotros también podemos cometer errores semejantes.
Trata a cada persona como te gustaría que te trataran si estuvieras en su lugar, no olvides que estamos aquí para restaurar, para ayudar y no para criticar y derribar.
Vivamos cada día sabiendo que cada uno de nosotros tenemos áreas difíciles de sobrellevar que a lo mejor no son públicas pero sí privadas, por ello tengamos compasión los unos de los otros; en lugar de criticarnos entre nosotros, ayudémonos a salir adelante en todo y con ello agradar a Dios.
Si ves a alguien que ha caído, no le pisotees ni le ignores, detente, extiende tu mano, levántale, ayúdale a curar sus heridas y llévale nuevamente a la cruz del calvario para que Cristo pueda restaurar esa vida nuevamente y por completo. Entonces allí comenzaras a hacer lo que Dios quiere que hagamos nosotros sus hijos, pues somos hermanos e hijos de un mismo Padre; tratémonos y vivamos como tales.

¡Ten compasión!


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