viernes, 23 de noviembre de 2012

Que Dios halle en mí... - Devocionales, Poesía

Quiero que Dios halle en mí un corazón fiel.
Un corazón dispuesto a Su soberanía; que le alabe aún con lágrimas, pero de confianza, en las más tensas y difíciles circunstancias; y que comparta su regocijo en los momentos de victoria. Al Señor cantando y de alegría saltando. 
Un corazón que, a pesar de sus debilidades y equivocaciones diarias, esté firme y dispuesto a perseverar en agradarle a Dios, no importando cuántas veces sea necesario intentarlo o cuánto tiempo persistir hasta lograrlo, porque... todo lo puedo en Cristo que me fortalece.
Un corazón que nunca se rinda en complacer a mi Señor.
Que suspire anheladamente su salvación en todo momento por encima de los deseos más palpitantes de su alma.
Un corazón que mire al cielo esperando en su Señor, como los animales esperan la mano de su amo para que les dé su comida a su tiempo.
Un corazón que, en medio de su palpitar, alce sus ojos al cielo y diga: 
“Señor, confío en ti. Me abandono a ti. Acallo mi alma y mi lógica y espero en ti pacientemente”
Un corazón donde esté escrita, como tablas de piedra, la ley de Dios viviente.
Un corazón sellado por Dios, que quede totalmente incapacitado para inclinarse a la maldad.
Un corazón que le mire primero a Él cuando el Señor le muestre algo grande por llegar y su alma salte con emoción expectante.

Dios sigue siendo fiel, derrochando en gran manera Su amor hacia mí, y aunque yo haya sido infiel, Él permanece fiel, Él me sigue amando tal cual como soy, no por lo que haga; y aunque me falte aún mucho por cambiar y corregirme, SOY ACEPTADO POR EL AMADO, SÓLO POR SU GRACIA Y GRAN AMOR. Porque Él me amó a mí primero, eso me lleva a amarle; y con lágrimas de ternura quiero corresponder a Su gran amor, SIÉNDOLE IGUALMENTE FIEL A ÉL.
Nosotros no le somos fieles al señor para que Él nos ame, sino que por su gran amor, derrochado en nosotros, y por su gran fidelidad, nos derrite tanto, pero tanto, que queremos corresponderle a ese amor en fidelidad y servicio. Todo porque ¡Él nos amó primero!
Su fidelidad me conmueve desde mis entrañas y me lleva cada vez más a rendir todo mi ser, tal como esté, como un total sacrificio vivo, santo y agradable a Él, dispuesto a que mi Señor haga lo que quiera de mí.

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