viernes, 19 de octubre de 2012

Mi Alma Estará Anclada En Dios... y El Señor Me Ayudará

En Dios solamente está acallada mi alma; de él viene mi salvación. Salmos 62:1.
¡Bendita seguridad: esperar sólo y únicamente en el Señor! Tal debe ser nuestra condición hoy y todos los días de nuestra vida. Esperar su tiempo, esperar en su auxilio, esperar con alegría, esperar en oración y contentamiento. El alma que así espera está cumpliendo la verdadera actitud de una criatura delante del Creador, de su siervo delante de su Señor, de un hijo delante de su Padre.
Jamás tratemos de dictar órdenes a Dios, ni de quejarnos en su presencia; no seamos petulantes ni desconfiados. No osemos presumir de lo que no somos, ni buscar el socorro de los demás, porque ninguna de ambas cosas sería esperar en Dios. Dios, y sólo Dios, debe ser la esperanza de nuestras almas.
¡Bendita certeza! "De Él viene la salud", ya está en camino. La salvación de Él nos vendrá y de ningún otro. Suya será toda la gloria porque solamente Él podrá conseguírnosla. Sin duda Él nos la traerá a su debido tiempo y a su manera. Él nos librará de la duda, del sufrimiento, de la calumnia y de la miseria. 
Aunque no veamos señal alguna de esta liberación, gocémonos esperando la voluntad del Señor porque jamás podremos albergar la menor duda acerca de su amor y fidelidad. Su obra será cierta y no se hará esperar mucho, y nosotros le alabaremos ahora por su misericordia futura. Es por eso que hoy es una gran oportunidad para estar anclado en Dios y así las tormentas no me destruirán.
Gracias Señor por sostenerme y amarme. En ti está confiada mi alma. Amén.

 El Señor me ayudará. Isaías 50:7.
Tenemos, en esta profecía, las palabras del Mesías en el día de su obediencia hasta la muerte, cuando ofreció su cuerpo a los azotes de sus verdugos y sus mejillas a quienes mesaban sus cabellos. Confiaba en el auxilio divino y esperaba en Dios. ¡Oh, alma mía! Tus tristezas son como las partículas de polvo sobre el platillo de la balanza comparadas con las tristezas del Señor.
¿No crees que el Señor te ayudará?
El Señor se encontraba en una posición especial, porque, como representante de todos los pecadores y sustituto de todos ellos, era necesario que el Padre le abandonara y que su alma sintiera toda la amargura de la separación. De ti no se ha exigido tanto; no te has visto obligado a exclamar: "¿Por qué me has desamparado?" A pesar de eso tu Salvador confió en el Señor. 
¿No puedes confiar tú también?
Él murió por ti, y de este modo imposibilitó que tú fueras abandonado. Confía, pues, y ten valor. En los afanes de este día exclama: "El Señor me ayudará".
Sé valiente. Haz tu rostro duro como el pedernal y toma la resolución de que ni la flaqueza, ni la timidez logren apoderarse de ti. Si estás convencido de la ayuda del Omnipotente, ¿puede haber alguna carga excesivamente pesada para ti?
Empieza con gozo este día y que ninguna sombra de duda cruce entre tu mente y el resplandor del sol.
Hoy, puedes estar seguro de que el Señor No te dejará.
Gracias Señor. Tu compañía es permanente y la seguridad del cielo me rodea. Amén.

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