Extendió su mano y el joven la tomó firmemente entre las suyas transmitiéndole un mensaje de aliento. La enfermera trajo una silla al lado de la cama. Toda la noche el joven estuvo sentado sosteniendo la mano del anciano y dándole suaves palabras de esperanza. El moribundo no decía nada mientras se agarraba firmemente a su hijo.
-¿Quién era ese hombre?, le preguntó.
-Yo creí que era su padre, contestó la sorprendida enfermera.
-No, no era mi padre, contestó él, nunca le había visto antes.
-¿Por qué, entonces, usted no me dijo nada cuando le llevé hasta él?, le preguntó la enfermera.
Él replicó: - Yo sabía que él necesitaba a su hijo, y su hijo no estaba aquí. Cuando me di cuenta de que estaba demasiado enfermo como para distinguir si yo era o no su hijo, comprendí cuánto me necesitaba.
Colosenses 3.12 -15
12. Por tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vestíos de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia,
13. soportándoos los unos a los otros y perdonándoos los unos a los otros, cuando alguien tenga queja del otro. De la manera que el Señor os perdonó, así también hacedlo vosotros.
14. Pero sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
15. Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones, pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
12. Por tanto, como escogidos de Dios, santos y amados, vestíos de profunda compasión, de benignidad, de humildad, de mansedumbre y de paciencia,
13. soportándoos los unos a los otros y perdonándoos los unos a los otros, cuando alguien tenga queja del otro. De la manera que el Señor os perdonó, así también hacedlo vosotros.
14. Pero sobre todas estas cosas, vestíos de amor, que es el vínculo perfecto.
15. Y la paz de Cristo gobierne en vuestros corazones, pues a ella fuisteis llamados en un solo cuerpo; y sed agradecidos.
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