Cuántas veces he entendido erróneamente lo que es realmente la fe. He pensado en la fe como algo que yo mismo produzco por mi esfuerzo, cuando en realidad la Biblia dice que la fe viene de Dios. Es Él quien siembra la fe en mi corazón y, después de sembrar esa fe, la circunstancia se presenta como el terreno apropiado para que nazca en mí la potencialidad de Dios en todo su esplendor. Necesito entender este principio para vivir en la certeza de lo que se espera.
Si yo tengo un hijo enfermo y no sé nada de medicina, lo que hago es llamar al doctor y poner la vida de mi hijo en las manos de ese doctor. Cuando le llevo al doctor hay en mí una seguridad de que el médico tiene el suficiente conocimiento para manejar ese problema y no voy a interferir en ese trabajo; sólo me siento a esperar y tengo la certeza de que sus conocimientos arrojarán luz sobre ese problema. Pues con mucha más razón debo manejar las cosas espirituales con certeza, sabiendo que el Creador tiene toda la sabiduría necesaria para resolver los más grandes conflictos de la vida.
La certeza que viene de la fe, que Dios da, viene al entender que Dios realmente es el Creador de todo y que nada escapa de su mano. Su poder es sin igual y grande. Debo confiar en Dios en el tiempo de la turbación y de la tempestad. Necesito confiar en Él con toda mi alma hasta el último día de mi vida y dejar que la certeza germine hacia lo que se espera. El Señor es el Dios de la esperanza y en Él yo esperaré.
Señor, Gracias por ser el Señor de la esperanza. En medio de un mundo lleno de desesperanza hoy quiero descansar plenamente en ti y dejar que la certeza que viene de ti, pueda germinar hacía lo que se espera. Cuán grande es la esperanza que viene de tu mano. Fortaleza y Gracia vienen de ti. Amén.
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