martes, 25 de septiembre de 2012

No Hay Nada - Reflexiones

En la mesa de la cocina tenemos un recipiente de metal donde ponemos todas esas cosas que no parecen que vayan a estar en ningún otro lugar.
¿Tienes un lugar así en tu casa? Puede ser una repisa o un cajón. Es el lugar donde pones todas esas pertenencias que no tienen un sitio.  Es ahí donde terminan. Allí hay un cordón de zapatos y una llave que no tienes idea de dónde salió y quizás un pegamento de goma y un cartucho de dinamita o algo, no sé.
Bueno, sea como sea, hace unos días mi esposa Kristen y yo estábamos limpiando la cocina. Estábamos recogiendo cosas y vi una pequeña bola blanca en el recipiente de metal. Y estoy impresionado porque nunca antes la había visto. Me volví para ver a Kristen y le dije algo así como:
-¡Ey!, ¿de dónde salió esta bola blanca? ¿De dónde la sacaste?
Ella me dijo: No tengo la menor idea. Nunca antes la había visto.
Nuestros hijos estaban allí, así que les dije: ¡Ey, niños!, ¿de dónde sacaron esta pelota? No la habíamos visto antes.
Y uno de mis hijos, el más joven dijo:  Bueno, no sé, nunca la había visto. Y mi hijo mayor dijo: Qué extraño. No sé. No sé de dónde viene. 
-¿No sabes de dónde salió? Él siguió con ese mismo tono de voz y dijo algo así como: qué extraño.
-O sea que esta pequeña bola blanca apareció de la nada, ¡quién sabe de dónde viene!.
Y Kristen y yo nos miramos con esa mirada... diciendo: ¿Sabes quién es este chico? Es decir, por un instante parecía como si fuera otro niño y siguió adelante con aquellos extraños gestos. Como si hubiera sido poseído por el espíritu de Urkel o algo así. Y por un momento breve, dijo:  ¡No sé, no sé de dónde salió! Es sólo una pequeña bola blanca. 
Kristen y yo nos miramos como si no fuera gran cosa. Sin darle importancia.
Un par de días después mi esposa estaba en casa con los niños y ella estaba en un cuarto y ellos estaban jugando en otro. Ella escuchó un alboroto, y los dos niños corrieron al cuarto donde ella estaba y el menor, llorando, insistía en que su hermano le golpeó; el mayor decía: no le golpee. No sé de qué hablas. Es extraño. Es extrañísimo. Yo no le golpeé. Y seguía así, y el menor al que se le caían las lágrimas seguía: No, ¡él me golpeó!. Y el mayor:  No, no sé de qué hablas, es extraño. Es extrañísimo.
Y luego Kristen sólo le dijo: ¿Cómo es que no sabías de dónde venia la bola?  Él se quedó helado.
La palabra técnicamente correcta aquí es sorprendido.
¿Sabes ese momento en el que tu basura te alcanza? Quizás no ese mismo día, quizás no el siguiente, quizás no en un tiempo, pero dale un poco más de tiempo, que siempre nos encuentra. Como esta gran frase:  Dónde vayas, allí estarás.  Está escrita en la Biblia, en el libro a los Gálatas.  No te dejes engañar. Nadie se burla de Dios. Cosecharemos lo que plantamos.
De una forma u otra, si les damos tiempo, nuestros pecados nos hallarán. Siempre nos alcanzan, ¿no?
Así que mi hijo estaba ahí parado enfrente de su madre, helado. Y después se volvió y subió las escaleras corriendo. Porque a veces es más fácil correr para arriba que afrontar la verdad.
En todo ese tiempo no estuve allí. Voy camino a casa, llamo a Kristen y ella me cuenta la historia completa. Y mientras conduzco a casa voy pensando, ¿Qué se supone que tengo que hacer cuando llegue a casa?  Quiero decir, sé que tengo que hacer algo, pero no tengo ni idea de qué hacer.
Así que llego a casa y Kristen me dice que no le ha oído para nada desde que subió corriendo.
Así que subo y echo una ojeada a su cuarto y no está allí, voy a ver el cuarto de su hermano y no está allí. Y luego reviso el baño y tampoco está allí, lo que deja sólo una opción, nuestro cuarto. Así que voy a nuestro cuarto, me paro en el umbral y miro, y allí, en medio de nuestra cama, bajo la manta hay un bulto del tamaño y la forma de mi hijo.
¡Había estado allí abajo como dos horas!  Debía estar sintiendo mucho calor, ¡debía sentirse muy infeliz! ¿Podría al menos respirar allí abajo? Sentía que debía darle un golpecito o algo así. Tenía que estar sintiéndose muy mal.
Y empecé a imaginarme todo lo que tendría que enmendar con su mamá, con su hermano y conmigo. Y luego pensé en la persona a la que le quitó la bola, tendríamos que llamarle y en algún momento ir allá.  Él tendría que devolver la bola y pedir disculpas.
Seguía parado en el umbral de nuestro cuarto y pensaba en mi hijo y en toda la vergüenza que tenía. Esa vergüenza que le hacía esconderse bajo las mantas durante tanto rato.
Así que me acerqué, me senté en el borde de la cama y lo descubro un poco, y lo primero que veo es su cabello empapado, como si hubiera estado debajo del agua. Y entonces le sigo descubriendo lentamente hasta verle echado ahí, acurrucado, con los ojos cerrados y que no se mueve.
Es como si tuviera estas dos opciones: ¿sigo así? ¿tomo las mantas, me las pongo encima y sigo escondiéndome?, ¿o simplemente salgo de ahí, completamente expuesto y vulnerable?
Así que sentado al borde de la cama, le digo:
Nada de lo que puedas hacer me hará amarte menos, nunca.
Y entonces, lentamente, se sienta y abre sus ojos y pone su cabeza empapada justo en medio de mi camisa seca, y me envuelve con esos pequeños brazos mojados y empieza a sollozar y llora, y llora y llora y lo siente tanto.
Y estoy sentado en el borde de la cama sujetando a mi hijo, ya sin las mantas, repitiendo:  Nunca nada de lo que puedas hacer me hará amarte menos. Nada.
¿Se dan cuenta? ¿Saben de qué hablo? Nada de lo que puedas hacer hará que te quiera menos.
Quiero decir, lo que hayas hecho, dónde hayas estado, lo que vayas a hacer, ¡nada!. Dios te ama. Dios siempre te ha amado y eso no lo puedes cambiar.
Porque a veces la bola blanca parece ser todo, ¿no?  Es como si dijéramos, ¿cómo voy a escaparme de ella?  Y no tenemos ni idea de qué hacer con nuestra vergüenza. Así que corremos arriba y nos escondemos, bajamos las mantas y seguimos escondiéndonos porque no sabemos dónde ir o qué hacer.
Quizás digas algo así como: ¡Sí, pero no entiendes lo que he hecho!  O esto: ¡Si supieras...!
No, como dice en el libro a los Romanos capítulo 8, vers. 38-39, en la Biblia:  No hay nada que pueda separarnos del amor de Dios en Jesús. Nada ¡Nada! ¡Nada te puede separar!.
Así que deja de esconderte. Deja que Dios te descubra. Acéptalo. Que tu vida se vuelva una respuesta a esta verdad: siempre te han amado, te aman y siempre te amarán. Y tienes que saber desde el fondo de tu alma que no hay nada que puedas hacer que haga que Él te ame menos, NUNCA.
Nunca nada hará que Dios te ame menos.
Nada. Nada.
Rob Bell

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