Jesús se manifestó por tercera vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias, donde compartió con ellos pescado y pan.
Después de haber comido, Jesús pregunta a Pedro en tres oportunidades: ¿me amas?. Respondiendo Pedro: ¡Si Señor, tu sabes que te amo!.
Jesús ante esta afirmación de Pedro, en la primera oportunidad le dijo: Apacienta mis corderos, en la segunda, pastorea mis ovejas, y en la tercera, apacienta mis ovejas. Al instante, le hace saber que siendo joven iba a donde quería, pero en su vejez sería llevado a donde no quisiera, y por otro. Añadiendo: ¡Sígueme!.
Jesús no dejó que la respuesta de Pedro al decir que le amaba fueran solo palabras. Jesús las acompañó de una acción que Pedro tenía que cumplir como muestra de su amor: Apacienta, pastorea, sígueme. El amar es una decisión, y esa decisión debe ir acompañada de una acción.
Es fácil decir te amo y dar la espalda y seguir. Pero es extraordinario, cuando decimos ¡te amo! y esa palabra va acompañada de una mano que levanta, de un abrazo que consuela, de una ayuda oportuna, de cuidados llenos de ternura, de una sonría, del servicio a otros.
¿Cuantas veces le decimos a Dios, que le amamos y no le seguimos, no le honramos, no le servimos?
¡Muéstrame mi honra, si me dices padre, muéstrate como un hijo, si me dices rey entrega mi trono que está en tu corazón!. Malaquías 1:6
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