Por mi propia experiencia he podido deducir que el cristianismo es algo muy simple y sencillo, pero a la vez complejo, a veces difícil de entender y verdaderamente fundamental y trascendental; es una puerta estrecha que nos lleva por caminos desconocidos, que nos enseña acerca de la vida y cómo debemos conducirnos en ella, pero también nos habla de una realidad espiritual que podemos experimentar paulatinamente e ir madurando y creciendo en gracia, amor, sabiduría y paz; inicialmente somos como bebés espirituales (venimos a tener un segundo nacimiento en el Espíritu); aceptamos a Cristo como nuestro Señor y Salvador y aunque aparentemente nuestra vida continúe igual, con todas sus contradicciones y frustraciones, ya nuestra vida nunca más volverá a ser igual; esa semilla de vida que fue sembrada en nosotros, comienza a crecer y a fortalecerse hasta llegar a ser un arbusto, arbolito o un frondoso árbol cuyos frutos comienzan a brotar y es imposible ocultarlos.
Y la base de este crecimiento, madurez y frutos, es una sola: La Obediencia. Soy consciente de que hablar de obediencia es más fácil que practicarla, porque yo misma acabo de pasar por un proceso donde tengo que escoger entre mis propios sentimientos y deseos, lo que quiero y lo que puedo o no puedo y, probándome a misma, he llegado a la conclusión de que, aunque yo quisiera, ya no puedo seguir mis propios pasos, ni siquiera hacer mi entera voluntad como a mí me plazca, ni apoyarme en mi propia sabiduría o lógica. La vida que ha crecido en mí (en Espíritu) no me lo permite, pues corrige mi conciencia, me roba la paz y me siento intranquila, pues ya no soy ni sorda ni ciega para no entender, ver y discernir la voz de Dios.
La vida cristiana o espiritual es un regalo maravilloso que, junto con el amor de Dios, aprecio por encima de todas las cosas y por nada del mundo voy a privarles de ella. Por el contrario, traigo a mi mente el conocimiento de que tengo a Dios y su Palabra y hago lo que allí dice que haga aunque no entienda por qué: orar y poner delante de Dios mis peticiones y esperar, dejar que sea Él quien determine si lo que le pido es viable o no.
Aunque muchas veces no entendamos por qué pasan las cosas, se dan o no se dan, la obediencia a la Palabra de Dios es lo que nos va a ayudar a seguir adelante, a fortalecernos en la fe y a dar frutos; ya no hay que buscar razones, explicaciones lógicas o análisis; nos debe bastar Su presencia, Su gracia, Su Palabra y su Santa voluntad, porque nosotros pedimos lo que queremos, pero Él, sabe lo que necesitamos y lo que es mejor para nosotros.
Así, nuestra Obediencia se convierte en una prueba de fe y la fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallado en alabanza, gloria y honra, cuando sea manifestado Jesucristo. (1 Pedro 1:7).
Hoy hermano, hermana, quiero decirte que por la gracia de nuestro Señor Jesucristo, aunque estemos rodeados de mentira y de engaño, Dios es fiel y para siempre es su misericordia, y Él mismo vendrá y os salvará y os librará de esa situación que estáis viviendo; seamos nosotros también fieles a su Palabra en completa obediencia y sujeción y antes de tomar cualquier decisión que pueda dañar esa perfecta relación con Él, meditemos, oremos, consultemos qué dice La Biblia sobre el tema y pongamos nuestro asunto en manos de Dios, pero no nos apartemos; sigamos ese camino que Jesús abrió para nosotros, hasta que todos lleguemos a la altura que Dios quiere que lleguemos.
Siendo renacidos, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.
1 Pedro 1:23
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