Sí, Señor, lo creemos: no moriremos jamás. Nuestra alma podrá ser separada de nuestro cuerpo lo que en cierto sentido constituye la muerte; pero nuestra alma nunca podrá ser separada de Dios; ésta sería la verdadera muerte que es el salario del pecado, y esta pena de muerte sería lo peor que pudiera acontecernos.
Lo creemos sin la menor duda, porque ¿quién nos apartará del amor de Dios que es Cristo Jesús, Señor nuestro? Somos miembros del cuerpo de Cristo, ¿perderá Jesús alguno de sus miembros? Estamos unidos a Jesús, ¿podrá perdernos? De ninguna manera. Dentro de nosotros hay una vida que no puede ser separada de Dios: porque el Espíritu Santo habita en nosotros, y con Él, ¿cómo podemos morir?
Jesús mismo es nuestra vida; por tanto, no podemos morir, porque Él ya no puede morir. En Él estamos muertos al pecado una vez y la sentencia de muerte no puede ser ejecutada nuevamente. Ahora vivimos y vivimos para siempre.
El salario de la justicia es la vida eterna, y tenemos la misma justicia de Dios; por consiguiente, podemos reclamar la recompensa más alta. Viviendo y creyendo hoy creemos que viviremos y gozaremos de este bien.
Por lo tanto, vayamos adelante con la firme confianza de que nuestra vida está asegurada en la de nuestro Jefe y Cabeza, Jesucristo.
Hoy la seguridad de la eternidad se hace cada vez más palpable. Porque Él vive nosotros también viviremos.
Señor, Quiero serte fiel ya que me has salvado del efecto del pecado acá y nos has asegurado la eternidad. Amén.
Y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan. Hebreos 9:28.
Tal es nuestra esperanza. Aquél a quien ya hemos visto y que vino una vez para quitar los pecados de muchos se manifestará nuevamente entre los hijos de los hombres. ¡Magnífica y gloriosa perspectiva! Este segundo advenimiento irá acompañado de circunstancias especiales que lo harán verdaderamente glorioso.
Nuestro Señor habrá aniquilado el pecado. De tal modo lo ha borrado de su pueblo y con tanta eficacia ha saldado nuestra deuda que ya en su segunda venida nada tendrá que ver con Él. Ya no tendrá que presentar ofrenda alguna por el pecado porque lo habrá quitado del todo. Nuestro Señor consumará entonces la salvación de su pueblo. Todos serán perfectamente salvos y gozarán para siempre de la plenitud de la salvación.
No viene a llevar la paga de nuestras transgresiones, sino a traernos el resultado de nuestra obediencia; no viene a liquidar nuestra condenación, sino a perfeccionar nuestra salvación. Nuestro Señor se manifiesta a los que en Él esperan. No será visto así por aquellos cuyos ojos están cegados por el egoísmo y el pecado. Para éstos será un juez terrible, y nada más. Primero hemos de mirarle y después esperar en Él; en ambos casos nuestra mirada será para vida eterna.
Hoy le sigo consciente de que no sólo me salvará sino que también me protegerá.
Señor, Gracias por darme salvación y protección. Gracias por ser Mi Señor. Amén.
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