Bienaventurado aquel cuya ayuda es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios”. (Salmos 146:5).
Días atrás, un amigo me llamó para posponer un viaje que previamente habíamos pactado para el martes. Grande fue el disgusto que me provocó el cambio de planes; no obstante, una vez repuesto mi ánimo, le pregunté la razón por la cual decidió el cambio, y él, con mucha efusividad, me dijo: “Porque mañana es martes”. ¿Y eso qué tiene de anormal?, volví a preguntar … ¿“No te das cuenta?, replicó. En martes, ni te cases ni te embarques”. Efectivamente, en ese instante me daba cuenta del detalle: era Martes 13.
En resumen, el viaje no se hizo por más que le participé mi manera de pensar al respecto, comenzando por recordarle que nadie que se precie de ser un buen seguidor de Cristo, debería permitir que las supersticiones regulasen los actos de su vida. Mi amigo, con mucho tino, dijo darme la razón, pero igualmente mantuvo su posición, repitiendo irónicamente una frase muy común: “Yo no creo en las brujas, pero de que las hay, las hay”.
Queridos amigos y amigas, la leyenda y la tradición han hecho de las supersticiones parte del vivir diario del ser humano, tanto que en gran medida rigen la vida de muchas personas. Lo sé porque también lo sentí así, antes de tener un modesto pero correcto conocimiento de la Palabra de Dios.
Queridos amigos y amigas, la leyenda y la tradición han hecho de las supersticiones parte del vivir diario del ser humano, tanto que en gran medida rigen la vida de muchas personas. Lo sé porque también lo sentí así, antes de tener un modesto pero correcto conocimiento de la Palabra de Dios.