martes, 2 de junio de 2020

Dios es mi fortaleza

Te amo, oh Jehová, fortaleza mía. Jehová, roca mía y castillo mío, mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio.” (Salmo 18:1-2)
No podemos confiar en nuestra fuerza. No podemos afrontar los peligros de la vida espiritual y las persecuciones a causa de Cristo, si solo disponemos de nuestras fuerzas.
En la medida en que confiemos cada vez más en Dios, la fuerza del Señor suplirá nuestra debilidad y nos dará lo que necesitamos para resistir. Pidamos con confianza esta fuerza, para encontrar en Dios el refugio donde estar seguros.

I. La fuerza de Dios es la fuerza del creyente (verso 1)

Las fuerzas del hombre son limitadas. No podemos fiarnos únicamente de nuestra fuerza para afrontar las dificultades y para resistir a la tentación. Pero nuestra fuerza espiritual no tiene su raíz en nosotros. Si no la cimentamos en Dios, somos como un árbol sin la capacidad de crecer y desarrollarse (verso 1).
Versículos donde sale Dios es mi fortaleza - Imagenes CristianasCuando sintamos que no podemos perseverar en la batalla espiritual, tenemos que recurrir a Dios. Porque Él quiere darnos la fuerza, pero somos nosotros los que no se la pedimos. Las tentaciones y los problemas pueden desgastar las fuerzas del hombre. Pero si nos refugiamos en Dios, nada nos debe atemorizar (Isaías 40:29).
Si no hacemos que desaparezca el hombre viejo y renacemos en el Espíritu Santo, no bastarán nuestras fuerzas para luchar contra el pecado. Debemos morir a la soberbia de creer que todo es mérito nuestro.
Y cuando reconozcamos que nada podemos por nosotros mismos, dejaremos de temer la derrota. Porque desde ese momento alcanzaremos la victoria fortalecidos en Cristo, y venceremos al mundo que nos combate (2 Corintios 12:10).
Esto no significa que no tendremos que esforzarnos nunca más. La fuerza de Dios actúa en nosotros cuando nos enfrentamos a los obstáculos que quieren alejarnos de Él. Debemos poner de nuestra parte, el fortalecimiento de la fe, no dejando que nada nos haga decrecer nuestra confianza en Dios. Si entregamos a Dios nuestra debilidad, Él nos devolverá su fortaleza, pero antes tenemos que tomar la determinación de servirlo (1 Corintios 16:13).

II. No solo es la fuerza, sino el refugio en el peligro (Salmo 18:2)

Así como cuando alguien padece una agresión, busca instintivamente un refugio donde guarecerse, así debemos buscar a Dios. Y frente a las tentaciones, las persecuciones y los ataques de los enemigos de Dios, no debemos perder la esperanza. No solo nos dará la fuerza, sino también un lugar donde sentirnos protegidos. Ese lugar es nuestra alma, confortada y protegida por el Espíritu Santo (verso 2).
Debemos ejercitar nuestra confianza en Dios para no depender de nuestra fuerza sino de la fe en su poder. Si nuestra fe es firme, anclada en el poder de Dios, no tendremos que temer ningún mal. Lo que debemos tener es un espíritu entregado a Él y arrepentido de nuestros pecados. Él se complace en los humildes y en los que buscan su protección, porque es un Padre misericordioso que nos ama (Isaías 41:10).
Encontraremos la fuerza en la Palabra de Dios. Si nos hallamos en desasosiego y necesitamos aliento para continuar en el servicio a Dios con fidelidad, tenemos que recurrir a la Palabra de Dios. Es tan grande su poder para consolar y alentar en medio de las dificultades, que no podemos dudar de su eficacia. Sabemos que es Dios mismo quien nos habla y nos guía a través de sus enseñanzas en la Escritura (Hebreos 4:12).

Conclusión

No debemos confiar solo en nuestras fuerzas. Si estamos en medio de dificultades y tentaciones, la fortaleza para superarlas debemos buscarla en Dios. Nosotros tenemos muchas limitaciones, pero el poder de Dios es infinito y nos sostendrá en la batalla de la fe. Del reconocimiento de su poder brota la alabanza de los que le sirven (Salmo 28:7).
La fuerza del cristiano no es la fuerza del mundo. Nuestra fortaleza no reside en nosotros mismos, sino en reconocer nuestra debilidad y recurrir a Dios. Debemos aceptar nuestras limitaciones, para confiar plenamente en Dios que nos salva. Si entregamos a Dios nuestra debilidad, recibiremos de Él la fuerza para resistir a la adversidad (1 Corintios 1:18).
No debemos sentirnos solos en el combate espiritual. Porque Dios está siempre al lado del que necesita su auxilio. Y junto a Dios, no debemos temer a ningún mal (2 Corintios 12:9).


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