viernes, 15 de mayo de 2020

Diré Gracias por todo Papá

Lavaré en inocencia mis manos, y así, Jehová, andaré alrededor de tu altar, para exclamar con voz de acción de gracias y para contar todas tus maravillas. Salmo 26:6-7
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En medio de fuerzas y acontecimientos demasiado grandes para que nosotros solos forcejeemos con ellos, se nos presenta un mensaje intimidatorio de aislamiento. Empequeñecidos frente al tamaño del universo, frente a la incertidumbre del futuro y las necesidades de comida y amistad, somos como ese estudiante de primer año de bachillerato que acaba de cambiarse de ciudad, y está de pie frente a su nueva escuela el primer día de clases, sin conocer a nadie.
Nos espera cualquier cosa. Y ahí es cuando queremos saber con certeza que no estamos solos. Adorar es una forma de agradecer al Señor por estar con nosotros más cerca de lo que cualquier otro amigo podría estarlo alguna vez.
En el corazón mismo de la adoración y la alabanza está la acción de gracias, gratitud al Señor por todo lo que ha hecho y por todo lo que es. Con la adoración reconocemos la mano del Señor en nuestra vida y le decimos cuán contentos estamos por ello. Es sencilla y espontánea, como las gracias expresadas a un padre por un niño que acaba de pescar su primer pez:
“Gracias por traerme a pescar, papá.”
Hay tanto dentro de estas palabras atesoradas durante años por el padre, que se convierten en el punto culminante del viaje.
La adoración no es el reconocimiento de un desconocido; es el agradecimiento de un niño para quien el padre ha dispuesto y hecho muchas otras cosas. Aunque el niño en realidad nada sabe sobre las preparaciones para el viaje, mucho menos para la vida diaria en el hogar una vez que hayan regresado; el padre considera ya las simples gracias como la suficiente recompensa por todo. Casi ninguna otra cosa puede hacer que un padre se sienta tan exitoso en su vida.
Así es como Dios recibe nuestra adoración. Es como decir: “Gracias, Papá. Te amo”. Aunque posiblemente nuestra adoración no abarque todo lo que el Señor es o todo lo que ha hecho por nosotros, Él la recibe como Su honra más preciada.
Los ángeles claman en adoración majestuosa todo el tiempo, pero al Señor le encanta el sonido de nuestra simple adoración más que todos los himnos angelicales que pudieran cantarse alguna vez.
Hoy te diré gracias Papá por todo lo que has hecho por mí.
Señor, Tú eres mi padre y puedo decirte en este día: “Gracias Papá por amarme y darme oxígeno cada día, por tu amor incomparable y las flores de cada primavera. En el nombre de Jesús. Amén.

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