viernes, 24 de abril de 2020

¿Qué es el hombre?

Jehová, ¿qué es el hombre para que en él pienses,
o el hijo de hombre para que lo estimes?
 Salmos 144:3
De todos los análisis y las divagaciones en que me he encontrado inmerso, éste parece ser uno de los más intrascendentes; porque es muy difícil tener una apreciación objetiva de uno mismo, cuesta ser imparcial. No se puede ser juez y parte. Ser la imagen reflejada en un espejo, ser el espejo mismo, y además el espectador y dueño de ambos. Esto lleva a subestimar o a sobredimensionar, tanto los defectos como las virtudes de aquello que es el objeto de nuestro análisis.
Resultado de imagen de Señor, ¿Qué es el hombre?
Como especialista patológico, admiré la capacidad creativa del autor, del artista, del diseñador y ejecutor de esta extraña y compleja maquinaria que es la humana, en todas y cada una de sus obras de arte; admiré el sello de exclusividad y la garantía de una calidad que trasciende los tiempos y las edades. Fascinado por el funcionamiento del hígado, del cerebro y del corazón; recogiendo huesos para estudiarlos; transitando en el enredo de kilómetros de arterias, venas y vasos capilares, surge la pregunta: “¿Qué es el hombre?”, pregunta que dividía mi alma en dos. Era como el separador entre dos hojas de un libro, ¡tan apasionante como indescifrable!
Entre la anatomía y la fisiología; entre la literatura y la filosofía; entre la materia y el espíritu; la medicina y la psicología, la pregunta: “¿Qué es el hombre?” es como la pregunta del millón. ¿Qué es el ser humano? ¿Es la mejor de las máquinas? ¿Es solo una bomba distribuidora de sangre? ¿Es el hombre solo un cerebro capaz de procesar información, como el disco duro de un ordenador? ¿Debemos pensar en el hombre como un riñón que filtra, un estómago que consume, un pulmón que ventila y un intestino que desecha?  Amanecer como espectador en la sala de urgencias de un hospital en busca de respuestas, puede ser la experiencia más frustrante o la más emocionante y elevadora.

Allí se puede ver al hombre reducido a su mínima expresión. Postrado, …sin movilidad. Amordazado, …privado del derecho de gritar su propia angustia. Desnudo, …despojado de títulos y honores. El anciano, con total falta de conciencia y de tiempo, como para rectificar rumbos. El joven y la madre, luchando ambos denodadamente por salirse de aquella prisión sin rejas. Uno, para vivir lo que apenas comienza, y ella postrándose ante una imagen inerte y fría, como la mismísima muerte, en un intento de chantaje religioso. Dopado, …sin control del tiempo y de las manos que se turnan para explorar e invadir territorios íntimos, de un cuerpo que hasta ese momento era propiedad privada.
Por favor, Señor…¡respóndeme! Jehová, ¿qué es el hombre para que en él pienses, o el hijo de hombre para que lo estimes? (Salmos 144:3) “Lo hiciste un poco inferior a los ángeles…” (Hebreos 2:7), y haciendo alusión al carácter transitorio del hombre, éstas eran las palabras del salmista:
“Hazme saber Jehová mi fin, y cuánta sea la medida de mis días; sepa yo cuán frágil soy. He aquí, diste a mis días término corto, y mi edad es como nada delante de ti; ciertamente es completa vanidad, todo hombre que vive… Ciertamente, como una sombra es el hombre; ciertamente en vano se afana, amontona riquezas y no sabe quién las recogerá“. (Salmos 39:4-6)
Y ahora Señor ¿qué esperaré?… mi esperanza está en ti. (Salmos 39:7)

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