lunes, 16 de marzo de 2020

Somos del Señor

Romanos 14:7-8 “Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí. Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos o que muramos, del Señor somos.
Muchas veces nos preocupamos en exceso por conservar nuestra autonomía. Creemos que las decisiones que tomamos, los proyectos que planeamos, las alegrías cotidianas e incluso las tristezas nos pertenecen solo a nosotros.
Resultado de imagen de Somos del Señor"El caso es que dejamos de lado la meditación en la Palabra de Dios y la reflexión de ella. Mas si fuéramos asiduos en su estudio y pidiéramos la luz del Espíritu para su entendimiento, nos daríamos cuenta de que sin el Señor nada somos.
Nuestra vida está en sus manos. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, la mirada del Señor está sobre nosotros. No nos dimos la existencia a nosotros mismos, sino que la recibimos como un don de lo alto, para glorificar a Dios con nuestra vida y alcanzar la salvación.
Pero somos mundanos y egoístas. Por esto guardamos nuestros dones y no los usamos para lo que nos los dieron. Para hacerlos efectivos y llevar a la salvación al prójimo.
Y así como nuestra vida está en sus manos, también lo está nuestra muerte. No podemos pretender ser más que Cristo, nuestro maestro. Él, en la cruz, exclamó: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu.” (Lucas 23:46)
Al entregar su vida de esa manera, nos dio el ejemplo de cómo debe estar guiado nuestro vivir diario. Todo lo que hagamos, debemos hacerlo encomendados a Dios, y sobre todo debemos entregarle nuestro último momento, quizás orando así: “Señor, dueño eres de mi vida, te encomiendo todos mis pensamientos y acciones para que sean dirigidos por ti. Ilumíname y guíame con tu Espíritu Santo, para cumplir tu voluntad todos los instantes de mi existencia, hasta el día en que me llames a vivir en tu Reino”.
Porque para esto Cristo murió y resucitó, y volvió a vivir, para ser Señor así de los muertos como de los que viven.” (Romanos 14:9)
Nuestro Señor fue el primero en entregar su vida y volverla a tomar. Lo hizo, y con eso demostró ser Señor de vivos y muertos. Por eso nosotros, los cristianos, le pertenecemos tanto en nuestra vida como en nuestra muerte.
El poder de Dios se manifestó en Jesús. Obró grandes milagros durante su vida. Muchos lo vieron incluso resucitar a Lázaro y a la hija de Jairo. Pero todas las cosas las hacía buscando la mayor gloria para el Padre. Así debemos actuar nosotros; todo lo que hagamos, hagámoslo a imitación de Cristo.
En su muerte, Jesucristo entregó su espíritu a Dios Padre. En medio de la ignominia, del escarnio de la cruz, se encomendó a Dios.
Esto debemos pedir para nosotros, y debemos prepararnos con mucha oración para ese día. Que el día de nuestra muerte nos encuentre dispuestos a entregarle nuestra alma al Señor, y que su soberana voluntad se cumpla en cada momento de nuestra existencia.
Porque él es nuestro Dios; nosotros el pueblo de su prado, y ovejas de su mano.” (Salmo 95:7)
Comparemos nuestra vida a la de la oveja que pertenece al pastor. Ella va donde el pastor la dirige, porque es él quien sabe dónde está el mejor alimento. Así debería ser nuestra vida, totalmente guiada por Jesús, el Buen Pastor. Y el alimento bueno al que nos conduce es la Sagrada Escritura. Con ella deberíamos alimentarnos diariamente.
Del mismo modo, la oveja también está entregada al pastor en el momento de su muerte. Es él el que decide en qué momento será sacrificada. Nosotros deberíamos tener esta confianza ciega en nuestro Pastor, que sabe cuándo nos llegará la hora para alabar a Dios, incluso en el morir.
Los hermanos que nos rodean deberían ver en nosotros a Cristo. Tendría que notarse visiblemente que el guía de nuestro actuar es Jesús.
Lo verán si nos amamos unos a otros. Ésta es la señal de los cristianos, y la hoja de ruta segura hacia el cielo.
No podemos decir que amamos a Dios si odiamos a los hermanos. Del mismo modo, no podemos decir que le pertenecemos en vida y en muerte, si no es el amor el que rige nuestro actuar.

Conclusión

El Señor es señor de vivos y muertos. Tanto en vida como en la muerte le pertenecemos a Él. Por eso debemos glorificarlo en cada instante de nuestra vida y más aún, debemos estar preparados para cuando nos llame a comparecer ante su trono.
Si vivimos en el amor, podremos estar seguros de que le pertenecemos, porque ésta es la señal de los cristianos.

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