Ya no os llamaré siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas
que oí de mi Padre os las he dado a conocer.
(Juan 15:15)
Cristo nos llama amigos, término que procede de un vocablo griego compuesto por a (“sin”) y ego (“yo”), por lo que amigo significa como “sin mi yo”. Es decir, que el Señor Jesús nos está ofreciendo una relación en la cual no está presente Su ego, una relación basada en el amor.
Cualquier servicio que podamos hacer para Dios no es para satisfacer nuestro ego, nuestra sed, o alguna ansiedad de complacencia. A Dios se le ofrece un servicio sin esclavitud basado en una relación de Amor Divino y de Gracia Celestial.
Desde el mismo huerto del Edén, Dios anhelaba ser amigo del hombre y tener una relación íntima con él; la voz de Dios se paseaba en el huerto. (Génesis 3:8).
La Trinidad es un reflejo de la comunión perfecta del Dios trino, y esto sigue siendo el anhelo más vehemente del corazón de Dios: que nosotros entremos en una danza divina y eterna con Él, que nuestra comunión con Él sea perfecta.
¡Dios quiere ante todo una relación eterna y perfecta con nosotros!
En el orden de las cosas terrenales, sabemos que la amistad sincera no está relacionada con intercambiar cosas, no tiene nada que que ver con un espectáculo de logros de uno hacia el otro.
La amistad sincera no es tampoco para criticar o dar sermones al amigo, no se compone de ropas, comidas o bebidas. Si has llegado a tener un buen amigo en esta tierra, seguro que sabes que lo único que tienes que hacer y que él quiere hacer contigo es pasar tiempo juntos.
Más que discutir, hacer alardes, señalar las faltas o mostrar los logros, los amigos se cuentan sus problemas, se escuchan el uno al otro, se sinceran en sus tentaciones y debilidades, saben reír y llorar juntos, se comprenden en sus luchas y tormentos, en una atmósfera de gracia y de completa tolerancia del uno con el otro.
Cristo desea lo mismo de una manera más excelsa y divina. Él quiere que pasemos tiempo con Él y planea una eternidad con nosotros.
Los cristianos auténticos sabemos que tenemos una relación con nuestro Padre Celestial que es libre, gratuita y está llena de un caudal infinito de gracia y de verdad.
Tal es el misterio de esta amistad, que los pocos minutos que tenemos con Cristo llegan a ser para nosotros, unos momentos realmente preciosos en esta vida terrenal.
Hebreos 4:16 dice: Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.
Hoy, millones de creyentes literalmente se "enamoran" de un líder religioso o del pastor de su iglesia local. Se ve a los congregados siguiendo sus enseñanzas ciegamente. Quieren comprar todos sus libros, tratan de aprender todas sus formas religiosas, quieren dominar toda su jerga, predicar, orar y hacer los gestos que ellos hacen.
Es una adicción a la admiración del líder, del “hombre de Dios”, y observamos a las multitudes interrumpiéndolos con aplausos eufóricos por cada frase y cada chiste que estos aparentes “ungidos” declaman.
No es así...
No es así...
¿Por qué la gente no quiere más y más de Cristo? ¿Por qué no hablan con Cristo? ¿Por qué no se alimentan de Cristo? ¿Por qué no van con sus tormentos y agonías a los pies de Jesucristo?
Si Dios me permite alcanzar más años de vida, anhelo poder reflejar alguna dulzura en mi mirada, infundir alguna paz a los que se me acerquen y cantar desde el fondo de mi alma el estribillo de esta canción:
“yo quiero más y más de Cristo, yo quiero más de Su poder,
yo quiero más de Su presencia,
yo quiero más y más de Él”
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