"Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas,
sino que tendrá la luz de la vida". Juan 8;12
Un faro es una torre de señalización luminosa situada en un litoral marítimo, que sirve como referencia y aviso costero para los navegantes en aguas profundas, principalmente en las horas oscuras de la noche. El faro, tiene en la cima una lámpara muy potente que sirve como guía.
Los cristianos genuinos, a través del bregar por este mundo, hemos percibido que la luz de Cristo ha estado siempre alumbrando nuestras vidas en nuestras noches más oscuras, y ha guiado nuestra embarcación en las tormentas más devastadoras que hayamos afrontado en esta vida.
Los creyentes que llevamos muchos años en la viña del Señor, arribamos a un cúmulo de experiencias, y hemos visto con nuestros ojos a muchos flaquear en la fe, traicionar a Cristo y naufragar en su relación personal con Dios.
Debemos reconocer que si no hubiera sido por Cristo (Faro Divino), nosotros también hubiéramos desistido de la fe cristiana, y es muy probable que estuviéramos alejados de Dios, tanto como no lograríamos imaginar. Gloria sea dada a Dios por este faro que nos ha alumbrado y que nos dice:
Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco, y me siguen, y yo les doy vida eterna; y no perecerán jamás, ni nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre que me las dio, es mayor que todos, y nadie las puede arrebatar de la mano de mi Padre. Yo y el Padre uno somos. (Juan 10:27-30).
Gracias a Dios por Jesucristo, toda nuestra vida cristiana se la debemos a Él. Cristo siempre ha iluminado nuestro camino para que podamos ver y he aquí uno de los misterios que los hijos de Dios podemos entender.
Para juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven, vean, y los que ven, sean cegados. (Juan 9:39).
Esta reflexión es para aquellos que, como muchos, hemos visto la Luz Divina de Cristo en nuestras vidas y podemos dar testimonio de la constancia y la firmeza de Su Gracia; reconociendo que no merecemos nada, que no somos dignos de esa luz, que no la habíamos buscado y que no la habíamos visto antes en medio de nuestras densas tinieblas.
¡Qué misterio tan precioso! Cristo siempre ha estado iluminando nuestras almas y aún continúa haciéndolo.
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