Hace unos días tuve la oportunidad de escuchar un vibrante mensaje sobre el capítulo 37 del libro de Ezequiel. La lectura del pasaje bíblico me aportó nuevas esperanzas y renovada energía a mi alicaído espíritu.
El profeta se encuentra en medio de un campo lleno de huesos secos y esparcidos. De repente cada uno de estos huesos comienza a unirse con sus correspondientes. Dios hace crecer nervios, carne y finalmente sopla aliento de vida en ellos, hasta quedar formado todo un ejército, una muchedumbre.
Más allá de toda consideración, simbolismo o interpretación del pasaje, si hay algo que me quedó absolutamente claro, es que Dios tiene el poder de convertir todo un campo de huesos secos en un ejército viviente. Como en la profecía, es Su Soberana Palabra la que dice “hágase” y tan simple como decirlo, es hecho.
Hoy recuerdo con tristeza las buenas oportunidades -únicas oportunidades- que tuve y no supe valorar, aprovechar ni agradecer como es debido. Malas decisiones, falta de experiencia, de criterio; un poco de ignorancia y puede que alguna dosis nefasta de arrogancia me condujeron a situaciones difíciles y penosas. En pocas palabras, hice de mi vida un valle de huesos secos.
Hoy recuerdo tantas veces en que mi vida estuvo hecha un campo de huesos secos. Todas aquellas veces -y tal vez hoy esté pasando por uno de esos períodos- en los que el desaliento, la frustración, la ira mal contenida, la tristeza y la desesperanza ganaron terreno sobre la fe, la esperanza; pisaron sueños y derribaron ilusiones.
Tal vez tu vida hoy sea un campo de huesos secos donde hay más dudas que certezas, más sombras que luces. Un fracaso laboral, una triste decepción, una ruptura, la penosa pérdida de un ser amado, la salud quebrantada, un negocio que no prosperó… tantas circunstancias en la vida capaces de convertir un vergel en un ardiente desierto… Parece increíble que donde ayer fluía la vida, la prosperidad y la esperanza, hoy sea un valle de huesos secos.
“Señor, Tú lo sabes”, responde reverentemente Ezequiel cuando Dios le pregunta si han de revivir. O lo que es lo mismo, trasladado a nuestras palabras del presente: “A menos que Tú hagas algo al respecto…” El profeta no tenía opciones a su disposición. Tal vez tú tampoco las tengas.
Cuando las opciones se agotan, cuando se tocó fondo y ya no hay posibilidades de continuar bajando… “Señor, Tú lo sabes” es el momento de decir, y depositar tu vida en las manos de Dios. Con humildad y reverencia, no con reclamo ni demanda. Hoy necesito tengas a bien obrar ese milagro de ponerle aliento de vida a este valle de huesos secos del que hice mi vida.
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