“Envía tu luz y tu verdad; éstas me guiarán, me conducirán a tu santo monte y a tus moradas. Entraré al altar de Dios, al Dios de mi alegría y de mi gozo; y te alabaré con arpa, oh Dios, Dios mío”.
(Salmos 43:3-4)
¡Amo el libro de los Salmos! Quedo cautivo, extasiado y sin palabras cuando me adentro en esas hermosas composiciones que escribieron diferentes salmistas, pero entre ellos, el más destacado es David. Me gusta percibir a través de esos versos, clamores, plegarias y cánticos, la confianza que ellos tenían en la fidelidad y el amor de Dios. La sencillez y transparencia de sus almas que sabían reconocer cuándo necesitaban de la misericordia y el perdón de Dios, pero también cuándo era el momento indicado para alabarlo, invocarlo y decirle cosas lindas al oído.
Debemos procurar entrar al monte a diario, al altar de Dios. Con nuestro altar mayor que está en nuestro corazón, y que lo abrimos cuando en oración nos postramos y adoramos a ese Ser que nos dio la vida y que continuamente hace maravillas y cosas increíbles en nosotros. Cuando le cantamos, cuando pedimos su dirección y guía para las cosas que vamos a hacer, o cuando le consultamos sobre nuestras más anheladas aspiraciones, Él nos envía su luz, en este caso, su sabiduría, y nos hace conocer las cosas que tiene para nosotros. Él nos hace entender siempre que sus caminos y pensamientos nos llevarán más lejos de lo que imaginábamos.
Puede que hoy no dispongas de un arpa, violín o algún instrumento musical, pero tienes una adoración pura, sincera, de agradecimiento, de amor para tu Padre Celestial y Él está ansioso por recibirla. Él quiere escuchar tus palabras, desea sentir esa adoración que hace que los ángeles celebren y se gocen de ver que entiendes que tienes un privilegio que ellos no tienen, porque eres redimido y comprado a precio de sangre preciosa. Porque tienes un valor tan estimado para tu Creador, que dio lo más preciado para que fueras salvo y tuvieras conexión y comunicación con Él.
No te olvides nunca de lo importante que es pasar tiempo con tu Padre a solas, en oración, comunión y adoración. Recibirás bendiciones maravillosas que Él tiene reservadas solamente para ti, y te mostrará cosas grandes y secretos maravillosos que aún desconoces.
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