Una fábula dice así:
Se cuenta que una vez, un maestro oriental vio cómo un alacrán estaba ahogándose en un pozo de agua y decidió sacarlo fuera. Cuando lo hizo, el alacrán lo picó duramente. La reacción al dolor hizo que el maestro lo soltara de inmediato y el animal cayó al agua, y en un instante estaba ahogándose de nuevo.
El maestro intentó sacarlo una y otra vez; y cada vez que lo hacía el alacrán volvía a picarlo con su punzón, sin vacilar.
Un joven que estaba observando la escena, se acercó al maestro y le dijo: ¡Perdone; pero usted es terco! ¿No entiende que cada vez que intente sacar a este asqueroso animal del agua, lo picará? El maestro respondió: La naturaleza del alacrán es picar; pero esto no va a cambiar la mía, que es ayudarlo y salvarlo.
Entonces, ayudándose con la hoja de un árbol, el maestro sacó al escorpión del agua y le salvó la vida. El maestro no cesó en intentar encontrar la manera de salvar su vida.
Yo nací en iniquidad, y en pecado me concibió mi madre.
(NBLH, Salmo 51:5).
Después del pecado original en el Huerto del Edén, el hombre se escondió de Dios, avergonzado, con miedo, con necedad en su corazón, echándose las culpas uno a otro, con desesperación, a causa de su desobediencia y de su agravio al Creador.
Dios, que en esencia es amor, busca al hombre, lo encuentra, lo cuestiona, le hace túnicas de pieles, cubre su desnudez y los viste. De esta forma Dios promete el canal de salvación eterna, apunta y señala al Salvador. (Génesis 3:8-24).
Al igual que el maestro oriental comprendía que el alacrán le seguiría picando cada vez que le extendiera su mano, pero decidió seguir salvándole y apuntando una manera de salvación: la hoja del árbol, Dios al igual comprendió que el hombre en su necedad, continuaría pecando, seguiría haciendo cosas desagradables a Él, seguiría produciendo punzadas en el corazón de Dios. !Pero no importa! Dios decidió seguir amándolo, Dios sigue extendiendo su gracia y propiciando un medio de salvación: ¡La sangre de Cristo, la cual nos limpia de todo pecado! Véase, 1 Juan 2:1.
Jesús dijo: De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna. Este concepto debe penetrar en las mentes de los auténticos cristianos: Dios nos ama, nos acepta y quiere a cualquier precio una relación personal con nosotros.
Él publica un medio de salvación incomparable e insustituible, Jesucristo y el derramamiento de Su sangre en propiciación por nuestros pecados.
Mi relación con Dios no dependerá más de mis actitudes (de mi naturaleza) para ganar el cielo, no dependerá jamás de mi conducta o de la manera de mis comportamientos. !Soy pecador, soy como el alacrán!, y seguiré pecando; pero Dios en su amor me seguirá amando, me seguirá perdonando y seguirá cada día mostrando la manera de sacarme del hoyo cenagoso y del hueco de la perdición. (Isaías 38:17; Salmos 103:4).
Y no estamos promoviendo el libertinaje para pecar, sino que no cesamos de proclamar el amor incondicional de Dios por el pecador.
El maestro oriental decía: "La naturaleza del alacrán es picar; pero eso no cambiará la mía, que es ayudarlo y salvarlo.
Dios no cambiará su naturaleza. Él es un Dios inmutable, el alfa y la omega (Apocalipsis 1:8), el que es antes que todas las cosas (Colosenses 1:17). Y su esencia es el amor, por lo que ama a sus criaturas hechas a su imagen y semejanza.(Génesis 1:26). Y hace lo increíble por librarlas de la perdición.
Dios ama al pecador, anhela vehementemente lograr una relación con nuestras almas, y nos regala la salvación. Dios quiere salvarnos de la perdición eterna. (Juan 3:16).
- MI NATURALEZA ES: Pecar.
- SU NATURALEZA ES: Amar, perdonar y ofrecer la Vida Eterna por medio de la sangre derramada de Su Hijo, provista para mí, que soy pecador.
Oremos pues,
¡Dios Mío!, quiero vivir todos mis días creyendo por fe en la esencia de tu naturaleza compasiva, de amor y de misericordia por mí que soy un miserable pecador. Quiero abrazar tu gracia y tu perdón.
Señor Jesús, quiero descansar en tu amor incondicional a mi favor, para que cada día me ayudes a serte fiel, y a ser un cristiano más auténtico y menos religioso. Amén.
¡Gracias Dios! por tu naturaleza, porque siendo yo un pecador Cristo murió por mí. (Romanos 5:8).
¡Qué sería de mí si no creyera con toda confianza, en esta naturaleza compasiva y salvadora de Dios!, que siendo yo un pecador, Cristo murió para salvarme.
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