La fuerza de la irresistible gracia de Dios corre por toda la Biblia desde su primera página hasta la última. Roguemos a Dios para que nos revele los misterios de Su Gracia.
Moisés llevado por su ira, mató a un egipcio y estuvo cuarenta años en un desierto huyendo como un criminal que escapa de la justicia, mas El Señor dijo a Moisés: También haré esto que has dicho, por cuanto has hallado gracia a mis ojos y te he conocido por tu nombre —respondió Jehová a Moisés.
Entonces dijo Moisés: —Te ruego que me muestres tu gloria.(Éxodo 33:17-18).
Noe era un hombre justo; y la Biblia nos cuenta que vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal. Éxodo 6.5.
Y se arrepintió Jehová de haber hecho hombre en la tierra, y le dolió en su corazón. (Génesis 6:6). ¡Ah! Pero hay un pero, una circunstancia que matiza, que se opone o contradice parcialmente a lo antes planteado: Pero Noé halló gracia ante los ojos de Jehová. (Génesis 6:8).
Esta gracia es un favor inmerecido, una compasión de Dios hacia el pecador que nada merece, una piedad que Dios concede en la infinita sabiduría de un Dios absolutamente soberano. ¿Siente usted ese amor?
David cometió terribles pecados; pero fue el mismo que escribió desde lo más hondo de su corazón, estas palabras inspiradas por el Espíritu Santo de Dios. (Véase todo el Salmo 51).
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí. No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación, y espíritu noble me sustente. (Salmo 51:10-12). Y la gracia de Dios le alcanzó y salvó.
Pedro, después de haber negado al Señor tres veces, sintió que fue amado y aceptado como nadie nunca antes lo amó.
No se registra en las Escrituras ningún tipo de regaño o reclamación de Cristo resucitado por la negación de su discípulo; sin embargo, la sentencia dicha a Pedro antes de su crucifixión fue fuerte y directa: De cierto te digo que esta noche, antes que el gallo cante, me negarás tres veces. (Mateo 26:34).
Fue ese mismo amor el que sintió la mujer adúltera, la mujer pecadora, y el ladrón de la cruz cuando apenas faltaban unas pocas horas para partir a la eternidad; pero Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el paraíso. (Lucas 23:43).
Este es el misterio y el gozo de aquellos que disfrutamos de la irresistible gracia de Dios. Es una gracia derramada desde lo alto, sin comprensión ni explicación. Es una compasión que viene de Dios y se origina en Dios, hacia pecadores que han reconocido por completo su incapacidad para salvarse. Y que se han despojado de todas sus actitudes o virtudes, por buenas que sean, que no encuentran una forma religiosa para fingir piedad, sino que reconocen que son impíos por naturaleza y que merecen el mismísimo infierno.
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