No debemos confundirnos con esto; el perdón de Dios no se basa en nuestras obras. El perdón y la salvación se basan exclusiva y totalmente en la persona de Dios por la obra redentora de Jesús en la cruz. Sin embargo, nuestras acciones demuestran nuestra fe y la medida en la que entendemos la gracia de Dios (Ver Santiago 2:14-26 y Lucas 7:47). Somos completamente indignos, mas aun así Jesús escogió pagar el precio por nuestros pecados y darnos el perdón (Romanos 5:8). Cuando entendamos verdaderamente la grandeza del don de Dios para nosotros, lo transmitiremos a otros. Hemos recibido la gracia, y a cambio deberíamos extender la gracia a otros. En la parábola, estamos indignados por el siervo que no perdonaba una deuda menor después de haber sido perdonado por una deuda impagable. Sin embargo, cuando no perdonamos, estamos actuando como el siervo de la parábola.
La falta de perdón también nos priva de la vida plena que Dios quiere para nosotros. En lugar de promover la justicia, nuestra falta de perdón empeora y termina en amargura. Hebreos 12:14-15 advierte, "Seguid la paz con todos, y la santidad, sin la cual nadie verá al Señor. Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados". Asimismo, 2 Corintios 2:5-11 advierte que la falta de perdón puede ser una apertura para que Satanás nos haga desviar.
También sabemos que aquellos que han pecado contra nosotros, a quienes tal vez no queramos perdonar, son responsables ante Dios (ver Romanos 12:19 y Hebreos 10:30). Es importante saber que perdonar no es restar importancia a algo malo que nos hayan hecho o necesariamente reconciliar. Cuando elegimos perdonar, liberamos a la otra persona de su deuda para con nosotros. Renunciamos al derecho de buscar venganza personal. Decidimos que no vamos a mantener vigente su transgresión, contra él. No obstante, no permitimos que esa persona vuelva a ganar nuestra plena confianza o incluso liberar totalmente a esa persona de las consecuencias de su pecado. Se nos dice que "la paga del pecado es muerte" (Romanos 6:23). Y aunque el perdón de Dios nos libera de la muerte eterna, no siempre nos libra de las consecuencias del pecado parecidas a las de la muerte (como una relación rota o el castigo dado por el sistema judicial). El perdón no significa que actuamos como si no se hubiera hecho ningún mal; significa que reconocemos que la abundancia de la gracia nos ha sido dada y que, precisamente por ella, no tenemos derecho a mantener la maldad de alguien sobre su cabeza.
Una y otra vez, la escritura nos llama a perdonar a los demás. Efesios 4:32, por ejemplo, dice, "Antes sed benignos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo". Mucho hemos recibido en cuanto al perdón, y de la misma manera se espera que respondamos con los demás (ver Lucas 12:48). Aunque el perdón por lo general es difícil, el no perdonar es desobedecer a Dios y menospreciar la grandeza de su don.
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