sábado, 2 de febrero de 2019

¿Qué podemos aprender de la vida de Abraham?

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Aparte de Moisés, el personaje del antiguo testamento que más se menciona en el nuevo es Abraham. Santiago se refiere a Abraham como el "amigo de Dios" (Santiago 2:23), un título que no se le da a nadie más en las escrituras. A los creyentes de todas las generaciones se les llama "hijos de Abraham" (Gálatas 3:7). La importancia y el impacto de Abraham en la historia redentora se ven claramente en las escrituras.

La vida de Abraham es recogida en una buena parte de la narrativa de Génesis, desde su primera mención en Génesis 11:26 hasta su muerte en Génesis 25:8. Aunque sabemos mucho de la vida de Abraham, sabemos muy poco de su nacimiento y de sus primeros años de vida. La primera vez que nos encontramos con Abraham, ya tenía 75 años. Génesis 11:28 registra que Taré, el padre de Abraham, vivía en Ur de los caldeos, una ciudad influyente en el sur de Mesopotamia situada en el margen del río Éufrates, aproximadamente a mitad de camino entre la cabecera del Golfo Pérsico y la moderna ciudad de Bagdad. También sabemos que Taré tomó a su familia para partir hacia la tierra de Canaán. Sin embargo, se estableció en la ciudad de Harán en Mesopotamia septentrional (en la ruta comercial desde la antigua Babilonia, a mitad de camino entre Nínive y Damasco).


La historia de Abraham se hace realmente interesante al comienzo de Génesis 12. En los primeros tres versículos, vemos el llamado que Dios le hace a Abraham:

“Pero el Señor había dicho a Abram: Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra". (Genesis 12:1-3).

Dios llama a Abraham estando él en su tierra, Harán, y le dice que vaya a una tierra que Él le mostraría. Dios también le hace tres promesas a Abraham: 1) La promesa de una tierra que iba a ser de él; 2) la promesa de hacer de él una gran nación; y 3) la promesa de bendición. Estas promesas constituyen la base de lo que posteriormente sería llamado el pacto abrahámico (establecido en Génesis 15 y ratificado en Génesis 17). Lo que realmente hace especial a Abraham, es que él obedeció a Dios. Génesis 12:4 registra que, después de que Dios llamó a Abraham, él fue "como el Señor le había dicho". El autor de Hebreos usa varias veces el ejemplo de la fe de Abraham y se refiere específicamente a este sorprendente hecho: "Por la fe Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia; y salió sin saber a dónde iba". (Hebreos 11:8).

¿Cuántos de nosotros dejaríamos atrás todo lo que nos es familiar para salir sin saber nuestro destino? El concepto de familia significaba todo para una persona en los tiempos de Abraham. En ese momento, las unidades familiares estaban fuertemente unidas; era inusual que los miembros de la familia vivieran a cientos de millas de distancia el uno del otro. Además, no se nos dice nada sobre la vida religiosa de Abraham y su familia antes de su llamado. La gente de Ur y Harán adoraban al antiguo panteón de dioses babilónico, especialmente a Sin, el dios de la luna, por lo que podemos decir que Dios llamó a Abraham de una cultura pagana. Abraham sabía y reconoció el llamado del Señor, y obedeció voluntariamente, sin dudar.

Otro ejemplo de la vida de fe de Abraham, se ve en el nacimiento de su hijo, Isaac. Abraham y Sara no tenían hijos (un verdadero motivo de vergüenza en esa cultura), sin embargo, Dios prometió a Abraham que tendría un hijo (Génesis 15:4). Este hijo sería el heredero de la inmensa fortuna de Abraham con la que Dios lo bendijo, y, lo que es más importante, él sería el heredero de la promesa y la continuación de la línea piadosa de Set. Abraham creyó la promesa de Dios, y esa fe se le acredita como justicia (Génesis 15:6). Dios reitera su promesa a Abraham en Génesis 17, y su fe es recompensada en Génesis 21 con el nacimiento de Isaac.

La fe de Abraham se pondría a prueba en la relación con su hijo, Isaac. En Génesis 22, Dios le ordena a Abraham que sacrifique a Isaac en el Monte Moriah. No sabemos cómo reaccionó Abraham en su interior a este mandato. Todo lo que vemos es que Abraham obedece fielmente a Dios quien era su escudo (Génesis 15:1) y quien había sido extraordinariamente bondadoso y bueno con él hasta este momento. Al igual que con la orden que le dio anteriormente de dejar su hogar y su familia, Abraham obedeció (Génesis 22:3). Sabemos que la historia termina cuando Dios no permite que Abraham sacrifique a Isaac, pero es de maginar cómo debió haberse sentido. Había estado esperando durante décadas para tener su propio hijo, y el Dios que le había prometido ese niño ahora se lo iba a quitar. El asunto es que la fe que Abraham tenía en Dios era mayor que el amor que tenía por su hijo, y confiaba en que incluso si sacrificaba a Isaac, Dios podía traerlo de vuelta de entre los muertos (Hebreos 11:17-19).

Pese a estar seguro, Abraham tuvo sus momentos de fracaso y pecado (como nos pasa a todos), y la biblia no duda en mencionarlos. Sabemos de por lo menos dos ocasiones en que Abraham mintió acerca de su relación con Sara, con el fin de protegerse a sí mismo en tierras potencialmente agresivas (Génesis 12:10-20; 20:1-18). En ambos incidentes, Dios protege y bendice a Abraham a pesar de su falta de fe. También sabemos que la frustración de no tener un hijo desgastó a Abraham y Sara. Sara le sugirió a Abraham que tuviera un hijo con su sierva Agar en nombre de ella; Abraham estuvo de acuerdo (Génesis 16:1-15). El nacimiento de Ismael no solo demuestra la futilidad de la locura y la falta de fe de parte de Abraham, sino que también demuestra la gracia de Dios (al permitir que se diera el nacimiento e incluso bendijo a Ismael). Curiosamente, Abraham y Sara se llamaban Abram y Sarai en ese momento. Pero cuando Ismael tenía trece años de edad, Dios le dio a Abram un nuevo nombre junto con el pacto de la circuncisión y una renovada promesa de darle un hijo a través de Sarai, a quien Dios también le dio un nuevo nombre (Génesis 17). Abram, que significa "padre enaltecido", se convirtió en Abraham, "padre de una multitud". De hecho, Abraham tuvo muchos descendientes físicos, y todos los que ponen su fe en Dios a través de Jesús, también son contados como herederos espirituales de Abraham (Gálatas 3:29). "El padre de los fieles" tuvo sus momentos de duda e incredulidad, pero, aun así, todavía es exaltado entre los hombres como un ejemplo de fidelidad en vida.


Una clara lección que podemos extraer de la vida de Abraham, es que debemos vivir una vida de fe. Abraham tomó a su hijo Isaac y lo llevó hasta el monte Moriah, porque sabía que Dios era fiel en cumplir Sus promesas. La fe de Abraham no era una fe ciega; su fe era una garantía y confianza firme en Aquel que ha demostrado ser fiel y verdadero. Si miramos hacia atrás en nuestra propia vida, veremos en todo la mano de la providencia de Dios. Dios no nos tiene que visitar acompañado por ángeles, ni tampoco nos tiene que hablar desde una zarza ardiente o dividir las aguas del mar para estar activo en nuestras vidas. Dios está supervisando y organizando los acontecimientos de nuestra vida. A veces no parece así, pero la vida de Abraham es la evidencia de que la presencia de Dios en nuestras vidas es real. Incluso los fracasos de Abraham demuestran que Dios, aunque no nos protege de las consecuencias de nuestro pecado, bondadosamente lleva a cabo Su voluntad en nosotros y por medio de nosotros; nada de lo que hagamos va a frustrar su plan.

La vida de Abraham también nos muestra la bendición de la obediencia. Cuando Dios le pidió que dejara a
 su familia, Abraham lo hizo. Cuando le pidió que sacrificara a Isaac, Abraham "se levantó temprano a la mañana siguiente" para hacerlo. Por lo que podemos entresacar del relato bíblico, no hubo dudas en la obediencia de Abraham. Abraham, al igual que la mayoría de nosotros, pudo haber sufrido ante estas decisiones, pero cuando llegó la hora de actuar, no dudó. Cuando discernimos un verdadero llamado de Dios o leemos Sus instrucciones en Su Palabra, debemos actuar. La obediencia no es opcional cuando Dios ordena algo.

También de la vida de Abraham vemos cómo se debe tener una relación activa con Dios. En tanto que Abraham fue raudo para obedecer, él no dudó en hacerle preguntas a Dios. Abraham creyó que Dios le daría a él y a Sara un hijo, pero se preguntó cómo podría ser (Génesis 17:17-23). En Génesis 18 leemos el relato de Abraham intercediendo por Sodoma y Gomorra. Abraham afirmó que Dios es santo y justo, y no podía imaginarse a Dios destruyendo a los justos con los pecadores. Abraham le pidió a Dios que perdonara a las ciudades pecadoras por causa de cincuenta justos y continuó reduciendo el número hasta diez. Finalmente, no había diez personas justas en Sodoma, pero Dios preservó la vida de Lot, el sobrino de Abraham, juntamente con su familia (Génesis 19). Es interesante que Dios le reveló sus planes a Abraham antes de destruir las ciudades y ninguna de las preguntas de Abraham lo pilló por sorpresa. El ejemplo de Abraham aquí, nos muestra cómo es el interactuar con Dios respecto a Sus planes, interceder por otros, confiar en la justicia de Dios y someterse a Su voluntad.

Los errores de la fe de Abraham, particularmente en cuanto a la situación con Agar e Ismael, nos muestran la locura de intentar resolver los problemas por nuestras propias manos. Dios le había prometido un hijo a Abraham y a Sara, pero en su impaciencia, su plan para proporcionarse un heredero le resultó contraproducente. En primer lugar, surgió el conflicto entre Sara y Agar, y más tarde el conflicto entre Ismael e Isaac. Los descendientes de Ismael terminaron siendo enemigos acérrimos del pueblo de Dios, como lo podemos aprender en el relato del antiguo testamento, y así continúa hasta el día de hoy en el conflicto entre Israel y sus vecinos árabes. No podemos suplir la voluntad de Dios, y actuar con nuestras propias fuerzas; nuestros esfuerzos acaban creando más problemas de los que pueden resolver. Esta lección tiene amplias aplicaciones en nuestras vidas. Si Dios ha prometido hacer algo, debemos ser fieles, pacientes y esperar que Él lo cumpla en Su tiempo.

Teológicamente hablando, la vida de Abraham es un vivo ejemplo de la doctrina de la SOLA FIDE, la justificación únicamente por la fe. Dos veces, el apóstol Pablo usa a Abraham como un ejemplo de esta doctrina fundamental. En su carta a los Romanos, todo el cuarto capítulo está dedicado a ilustrar la justificación por la fe a través de la vida de Abraham. Un argumento similar se hace en el libro de Gálatas, donde Pablo muestra con la vida de Abraham, que los gentiles también son herederos, junto con los judíos, de las bendiciones de Abraham por medio de la fe (Gálatas 3:6-9, 14, 16, 18, 29). Esto se remonta a Génesis 15:6, "Y creyó al Señor, y le fue contado por justicia". La fe de Abraham en las promesas de Dios fue suficiente para que Dios lo declarara justo a Sus ojos, demostrando así el principio de Romanos 3:28 "
Concluimos, pues, que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la Ley". Abraham no hizo nada para ganar la justificación. Su confianza en Dios era suficiente.

Vemos en esto las manifestaciones de la gracia de Dios desde un principio en el antiguo testamento. El evangelio no tiene su origen en la vida y muerte de Jesús, sino que en todo hay que retrotraerse a Génesis. En Génesis 3:15, Dios hizo la promesa de que la "semilla de la mujer" aplastaría la cabeza de la serpiente. Los teólogos creen que ésta es la primera mención del evangelio en la biblia. El resto del antiguo testamento relata las consecuencias del evangelio de la gracia de Dios, a través de la línea de la promesa, comenzando con Set (Génesis 4:26). El llamado de Abraham fue solo otra pieza de la historia de la redención. Pablo nos dice que el evangelio se le predicó de antemano a Abraham cuando Dios le dijo que "en ti serán benditas todas las naciones" (Gálatas 3:8).

Otra cosa que aprendemos de la vida de Abraham, es que la fe no es hereditaria. En Mateo 3:9; Lucas 3:8 y Juan 8:39, vemos que no es suficiente ser descendientes físicos de Abraham para ser salvos. La aplicación para nosotros es que no basta con haber nacido en un hogar cristiano; no entramos en comunión con Dios o conseguimos la entrada al cielo dependiendo de la fe de otra persona. Dios no está obligado a salvarnos simplemente porque tenemos una impecable genealogía cristiana. Pablo utiliza a Abraham para ilustrar esto en Romanos 9, donde dice que no todos los descendientes de Abraham fueron elegidos para salvación (Romanos 9:7). Dios es soberano para decidir quienes van a recibir la salvación, y esta salvación viene a través de la misma fe que Abraham ejerció en su vida.

Por último, vemos que Santiago usa la vida de Abraham como una ilustración de que la fe sin obras está muerta (Santiago 2:21). El ejemplo que usa es la historia de Abraham e Isaac en el monte Moriah. Una simple aprobación de las verdades del evangelio no es suficiente para ser salvos. La fe debe traducirse se en buenas obras de obediencia que demuestran una fe viva. La fe que fue suficiente para justificar Abraham y contarlo como justo a los ojos de Dios (Génesis 15), fue la misma fe que lo movió a actuar cuando obedeció la orden de Dios de sacrificar a su hijo Isaac. Abraham fue justificado por su fe, y su fe se demostró por sus obras.

Como análisis final, vemos que Abraham fue un individuo ejemplar, no tanto en su piedad o vida perfecta (él tuvo sus defectos, sí), sino porque su vida ilustra muchas verdades de la vida cristiana. De los millones de personas en la tierra, Dios llamó a Abraham para ser el objeto de Sus bendiciones. Dios usó a Abraham para desempeñar un papel central en el resultado de la historia de la redención, que culmina con el nacimiento de Jesús. Abraham es un ejemplo vivo de la fe y esperanza en las promesas de Dios (Hebreos 11:8-10). Nuestras vidas deben vivirse tan bien para que, cuando lleguemos al final de nuestros días, nuestra fe, como la de Abraham, permanezca como un legado perdurable para otros.



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