Hay muchos cristianos que creen que la gracia de Dios se hace evidente y efectiva en el momento de la conversión del pecador. Estas personas creen que es precisamente, en el instante de la conversión, cuando la gracia pasa a jugar un papel crucial. Es decir, creen que cuando el pecador reconoce sus pecados, pide perdón por ellos y acepta a Jesús como su Salvador personal, la gracia de Dios se derrama sobre él y le hace un hijo amado.
Sí, de acuerdo, y además, la Biblia enseña que la gracia de Dios es para toda la vida. El favor de Dios es para todos Sus hijos, hoy y por toda la eternidad. La gracia es el sustento y el aliento de todo cristiano escogido por la soberanía del Altísimo. Los seguidores auténticos de Cristo necesitamos la gracia en cada instante de nuestra existencia. Es nuestro sostén y la confianza plena en un amor incalculable y de un favor inmerecido para aquellos que hemos sido escogidos por Dios, no por obras o por iniciativa nuestra.
El Apóstol Pablo fue un expositor incomparable del Evangelio y un defensor de la gracia de Dios, por lo que terminaba todas sus epístolas con una frase muy peculiar: "La gracia del Señor Jesucristo sea con todos vosotros. Amén".
Hay ciertos conceptos bíblicos que deben estar muy claros para que el conocimiento del Evangelio de Cristo penetre en nuestras mentes y baje profundamente a nuestros corazones.
- El cristiano nunca podrá vivir sin pecar. La santidad no es un estado alcanzable por el esfuerzo del creyente, sino un estado divino otorgado por Dios para aquellos que han sido salvados. Somos pecadores, hijos del primer Adán, y nuestra batalla no es contra sangre ni carne sino contra principados y contra huestes de maldad. (Romanos 7:24 y Efesios 6:12).
- ¿Cómo podremos bregar en esta vida sin el sostén y la confianza que nos concede la sublime gracia de Dios? Su gracia es la compasión de Dios a nuestro favor para perdonarnos constantemente; es el beneplácito divino con el cual Dios nos mira a consecuencia de la Sangre derramada de Cristo. Esto es algo tan divino e inexplicable que no todos los cristianos lo pueden comprender y disfrutar; pero Dios ya nos ve santos, glorificados y sentados en los lugares celestiales junto a Su Hijo. (Efesios 2:4 al 8).
No podría sostener mi fe ni mi vida espiritual, sin sentir la gracia de Dios a mi favor. No tendría fuerzas ni interés alguno en desarrollar mi labor evangelista, si no creyera con toda certeza y confianza que esta maravillosa gracia es un favor inmerecido. No la puedo explicar, no entiendo por qué me inquieta; no la merezco ni la he buscado, no la he conseguido ni la he ganado. Es algo celestial que siento en mi interior, es un fuego, es una voz dulce y tierna que me ratifica el amor de Dios, y que me declara que es para siempre. ¿La ha sentido usted? Si es así, esta gracia irresistible es nuestro sostén y abrigo para cada situación de nuestra vida en esta tierra, venga lo bueno o tengamos que afrontar lo peor.
Dios siempre nos observa a través de Cristo, y constantemente sigue teniendo piedad de nosotros porque hemos creído en el sacrificio santo y consumado de Jesucristo. Hemos sido crucificados con Él, y seremos también levantados y glorificados con Él. Y esto es el gozo de nuestra salvación y el divino descanso que sostiene a todo verdadero cristiano.
¡No más argumentos! Estas cosas están escritas para aquellos que Dios ha escogido en Su soberana voluntad. Para estos cristianos genuinos esparcidos por cada rincón de la tierra, yo testifico.
¡Que la gracia del Salvador siempre dirija nuestro vivir!
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