En Sudáfrica se celebra cada año, en el mes de junio, un gran festival religioso a las orillas del río cercano a Durban. Durante muchos años, una hechicera llamada Ester Panjalai, fue una de las atracciones principales; era presentada “como la única mujer en toda Sudáfrica, capaz de caminar descalza sobre las brasas”. Desde los trece años se adentró en la adivinación y la hechicería, hasta involucrarse en las supersticiones hindúes. Había descubierto que entregarse a Satanás le significaba realizar cosas increíbles, como caminar sobre brasas encendidas sin lesiones, y ése era su estilo de vida. Ester se casó y tuvo dos hijos, continuando cada vez más comprometida con lo que hacía. Sus actos eran cada vez más peligrosos, llegando incluso a caminar con unos zapatos colmados de clavos, con la punta hacia arriba.
Cierto día, uno de sus hijos pasó frente a un local donde se predicaba a Cristo, y le llamaron la atención las palabras de un himno, “¿qué me puede dar perdón?, sólo de Jesús la sangre”; tenía catorce años. El muchacho siguió asistiendo y pronto trajo a toda su familia, a sus padres, y a sus hermanos; todos abrieron el corazón al Señor, y fueron liberados, perdiendo el diablo toda autoridad sobre ellos. Ester continuó influyendo sobre la gente, pero ahora con otro mensaje donde el centro era el Señor Jesucristo. En varias ocasiones fue amenazada de muerte, pero no cesó en dar testimonio del Evangelio de salvación.
Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud. Gálatas 5: 1
Y andaré en libertad, porque busqué tus mandamientos. Salmos 119: 45.
La libertad que otorga Jesús es completa, total, absoluta. Opera de tal manera, que al oír la Palabra de Dios el oyente necesitado, hace que se rompan las cadenas que lo esclavizan, y ve por sí mismo el milagro del nuevo nacimiento. Le sucedió a Ester en sus actividades de antaño, y es porque el Evangelio lo cambia todo, revoluciona la vida del hombre y de la mujer a tal punto, que no quedan vestigios de la vida pasada; aflora otra actitud, otra vida, otro idioma, otra alegría, y también otra fiesta, y otro pensamiento. Aparece el positivismo en razón a las promesas de la Escritura, ya no hay temor, no hay miedo ni desconfianza; se muestra el amor, la paz, y la bondad, todo es fe. Es creer en Aquel que viene, es esperarlo, con la atención puesta en las señales; es decir, “sí, ven, Señor Jesús”.
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