jueves, 29 de noviembre de 2018

Papá tengo hambre

Pasaba del medio día, el olor a pan caliente invadía aquella calle, y un sol abrasador invitaba a tomar un refresco.
Ricardito no aguantó el olor apetitoso del pan y dijo:
Resultado de imagen de Papá tengo hambre¡Papá tengo hambre!
El padre, Manuel, sin tener un céntimo en el bolsillo, habiendo caminado desde muy temprano buscando un trabajo, miró con los ojos mareados al hijo y le pidió un poco más de paciencia…
Pero papá, ¡desde ayer no comemos nada, tengo mucha hambre, papá!
Avergonzado, triste y humillado en su corazón de padre, Manuel le pide al hijo esperar en la acera mientras entra en la panadería que estaba enfrente.

Al entrar se dirige a un hombre en el mostrador:
Señor, estoy con mi hijo de tan sólo 6 años en la puerta, con mucha hambre, y no tengo ni siquiera una moneda, pues salí temprano para buscar un empleo y nada encontré; le pido en el nombre de Jesús, que me dé un pan para que pueda matar el hambre de ese niño. A cambio puedo barrer el piso de su establecimiento, lavar los platos y vasos u otro servicio que usted necesite.
A Amaro, el dueño de la panadería, le extraña que aquel hombre de semblante tranquilo y sufrido, pida comida a cambio de trabajo y le dice que llame al niño…
Manuel toma a su hijo de la mano y se lo presenta a Amaro, que inmediatamente pide que los dos se sienten junto al mostrador, y le pide a su esposa que les sirva dos platos de comida del famoso PLATO DEL DÍA: ARROZ, HABAS, CARNE MOLIDA Y HUEVO.

Para Ricardito era un sueño comer después de tantas horas en la calle.
Pero para Manuel un dolor más, ya que comer aquella comida maravillosa le hacía recordar a su esposa y a sus dos hijos, que quedaron en casa solamente con un puñado de arroz… Gruesas lágrimas bajaban de sus ojos ya desde el primer bocado.
La satisfacción de ver a su hijo devorando aquel sencillo plato como si fuera un manjar de los dioses y el recuerdo de su pequeña familia en casa, fue demasiado para su corazón tan cansado después de más de 2 años de desempleo, humillaciones y necesidades…
Entonces, Amaro se aproxima a Manuel, y percibiendo su emoción, bromea para relajarlo: ¡OH, María! Tu comida debe estar muy indigesta… Mira a mi amigo, ¡hasta está llorando de tristeza por ese plato!
Inmediatamente, Manuel sonríe y dice que nunca comió una comida tan apetitosa, y que le agradecía darle ese placer.
Amaro pide entonces que él tranquilice su corazón, que almorzase en paz y después conversarían acerca de trabajo…
Más tranquilamente, Manuel seca las lágrimas y empieza a almorzar, ya que su hambre estaba agobiándolo…

Después de la comida, Amaro invita a Manuel a conversar en el fondo de la panadería, donde había un pequeño escritorio… Manuel cuenta que hace más de 2 años que había perdido el empleo y desde entonces, sin ninguna especialidad profesional y sin estudios, estaba viviendo de pequeñas “chapuzas aquí y allí”, pero que ya hacía 2 meses que no recibía nada…
Amaro resuelve entonces contratar a Manuel para servicios generales en la panadería, y le prepara al hombre una cesta con alimentos para, al menos, 15 días…
Manuel, con lágrimas en los ojos, agradece la confianza de aquel hombre y señala el día siguiente como su inicio en el trabajo…
Al llegar a casa con toda aquella cantidad de comida se siente un nuevo hombre. Sentía esperanzas, sentía que su vida tomaría un nuevo impulso… La vida le estaba abriendo algo más que una puerta, era toda una esperanza de días mejores…
Al día siguiente a las 5 de la mañana, Manuel estaba en la puerta de la panadería ansioso por iniciar su nuevo trabajo…
Amaro llega luego y sonríe a aquel hombre; ni él mismo sabía por qué le estaba ayudando…
Tenían la misma edad, 32 años, e historias diferentes, pero algo dentro de él le llamaba a ayudar a aquella persona… Y no se equivocó.
Durante un año, Manuel fue el más eficiente trabajador de aquel establecimiento, siempre honesto y extremadamente celoso con sus deberes…

Cierto día, Amaro llama a Manuel para una charla y habla de la escuela que abrió, lugar para la alfabetización de adultos, sita a una manzana de calle de la panadería, y que tenía interés en que Manuel estudiara allí.
Manuel nunca se olvidó de su primer día de clases: la mano trémula en las primeras letras y la emoción del primer escrito…
Doce años pasaron desde aquel primer día de clases…
...cuando encontramos al licenciado Manuel Baptista de Medeiros, abogado, abriendo su oficina a su primer cliente, y después a otro y después a otro más… Al medio día baja para beber un café en la panadería de su amigo Amaro, que queda impresionado al ver a su antiguo empleado muy elegantemente vestido con ese traje…
Diez años más pasan, y ahora el joven licenciado Baptista, ya con una clientela que mezcla los más necesitados que no pueden pagar, con los más adinerados que pagan muy bien, decide crear una institución que ofrece a los desvalidos de la suerte que andan por las calles, personas desempleadas y con carencias de todo tipo, un plato de comida diaria a la hora del almuerzo…

Más de 200 comidas se sirven diariamente en aquel lugar administrado por su hijo, el ahora nutricionista Ricardo Baptista.
Todo cambió, todo pasó, pero la amistad de aquellos dos hombres, Amaro y Manuel impresionaba a todos los que conocían un poco de la historia de cada uno…
Cuentan que a los 82 años los dos fallecieron el mismo día, casi a la misma hora, muriendo plácidamente con la sonrisa del deber cumplido…
Ricardito, el hijo, mandó grabar, delante de la “Casa del Camino” que su padre fundó con tanto cariño:

“¡Un día yo tuve hambre, y me alimentaste.
Un día yo estaba sin esperanza y me diste un camino.
Un día me desperté solo, y me diste la paz, y eso no tiene precio.
¡Que la paz habite en tu corazón y alimente tu alma!
¡Y que te sobre el pan de la misericordia para extenderlo a quien lo necesita!” 

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