Jesús le preguntó: —¿Qué quieres que te haga?
El ciego le dijo: —Maestro, que recobre la vista. Marcos 10;51
Un email de una
amiga que me llegó casi al final de un largo día, no lo abrí. Estaba trabajando
horas extras para ayudar a un familiar con una enfermedad grave. No tenía tiempo
para distraerme.
Al día siguiente, cuando abrí el mensaje, vi esta pregunta: «¿Puedo ayudarte
en algo?». Avergonzada, empecé a contestar que no, pero después, haciendo una
pausa, noté que su pregunta sonaba conocida; incluso parecía divina.¡Claro!, Jesús la hizo. Al escuchar que un ciego lo llamaba, Jesús se detuvo y le preguntó a este hombre, llamado Bartimeo, algo similar: ¿Puedo ayudarte? «¿Qué quieres que te haga?» (Marcos 10:51).
La pregunta es asombrosa. Muestra que Jesús, el Sanador, anhela ayudarnos. Pero primero se nos invita a practicar un paso de humildad: admitir que lo necesitamos. Bartimeo, el mendigo «profesional», estaba realmente necesitado; era pobre, estaba solo y abatido, y posiblemente con hambre. Pero al querer una nueva vida, dijo con sencillez: «Maestro, quiero ver». Y Jesús lo sanó.
Mi amiga esperaba de mí un pedido igualmente sincero. Entonces, le prometí orar para saber cuál era mi necesidad y que, con humildad, —lo más importante—, se lo diría. ¿Sabes cuál es hoy tu necesidad básica? No solo dile a un amigo que te pregunte, sino también a Dios en lo alto.
Señor, ayúdame a saber recibir la ayuda de ti y de otros.
«… Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes». 1 Pedro 5:5
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