lunes, 15 de octubre de 2018

Cerca de Jesús es donde quiero estar

Desde el pecado original se perdieron muchas cosas, y entre ellas se perdió la inocencia, la transparencia, nuestra bondad, la seguridad de nuestra identidad, nuestra capacidad de razonar sabiamente; y el miedo y la vergüenza emergieron a flor de piel. Pero lo más grande que se perdió fue la relación personal e íntima con Dios.  
Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. (Génesis 3:8). 
Desde entonces todos tenemos la necesidad imperiosa dentro de nuestras almas, de encontrar una relación de amistad pura, de comunión con otra alma, de un amor sublime, de una armonía perfecta con alguien en esta tierra. 

Queremos saciar la sed de relación a cualquier precio. Anhelamos compañerismo, lealtad, desesperadamente queremos unirnos a alguien en este mundo pasajero y terrenal, de una manera casi ideal.
¡Cómo soñamos con llevar a cabo una danza con alguien que se acoplara de una manera tan bella que pudiéramos danzar con ella por toda la eternidad!

En nuestra necedad (generada por el pecado original), buscamos encontrar una relación perfecta con los hijos, con los hermanos de la iglesia, con el vecino; quizás con un amigo, e incluso caemos en la trampa de buscar ese alma gemela en el pastor de nuestra iglesia local, o con los hermanos de nuestra propia congregación.
Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua. (Jeremías 2:13).

¡Nuestro corazón
debería aprender
a saciar toda
su sed de relación 
con Jesús!

No hay la menor duda de que si eres del grupo de personas que lees estos mensajes, eres de aquellos que son amigos de Jesús. 
Y en algún momento hemos tenido la maravillosa experiencia de estar por unos cortos minutos, a veces segundos, en la presencia del Señor.

En ese instante glorioso no hace falta nada más, ni comida, ni ropa, ni dinero, ni diversión, ni amigos, ni esposa, ni hijos, ni sexo e incluso a veces ni Su voz. Nos basta con Su silencio, porque es desde ahí donde con Dios se contacta y se siente el arrullo y el consuelo del Salvador.

Pero ¡cuán fácil puede desaparecer este gozo! Un ruido de un teléfono, una persona que nos interrumpe, el sonido de la calle, el ruido de un avión, etc. De pronto, toda esa presencia se desvanece y ya no se siente con tanta intensidad.

¡Ah! Pero un día vamos a gozar eternamente de la presencia perfecta de Cristo. Allí no necesitaremos a nadie más. Su presencia lo llenará todo y estaremos en medio de Su perfecta paz. Él será nuestra luz, nuestra energía, nuestro amigo, será todo lo que necesitamos tener, allí danzaremos con Él por la eternidad.
Cerca de Jesús, es donde quiero estar. ¿Quiere estar usted?


No hay comentarios:

Publicar un comentario