domingo, 29 de julio de 2018

Esperar el tiempo de Dios

Los cantos que entonamos en la iglesia tienen un gran significado en nuestras vidas. Hay un canto popular que dice: “Esperar en ti, difícil sé que es, mi mente dice no, no es posible, pero mi corazón confiado está en ti. Tú siempre has sido fiel y me has sostenido”. El coro de ese canto refleja una oración que muchas veces nos es difícil hacer en los momentos de prueba y crisis. El coro dice, “Y esperaré, pacientemente”. En ocasiones es muy difícil esperar el tiempo de Dios.
Eclesiastés 3 es un texto muy conocido por muchos de nosotros. El texto refleja que hay tiempo para todo; que cada actividad llega a su tiempo, incluso en estos últimos tiempos. Escuchamos mucho lo que algunos llaman el “Kairos de Dios”, es decir, el tiempo perfecto de Dios, y tenemos que reconocer que esperar el tiempo Dios no es nada fácil.
En ocasiones es algo difícil de hacer, especialmente en los momentos de crisis y tribulación. Compartamos algunos ejemplos del Antiguo Testamento que nos enseñan qué es lo que ocurre cuando no esperamos el tiempo del Señor.
Rubén, el hijo que no supo esperar
Rubén era uno de los doce patriarcas, hijos de Jacob. Era el primogénito. En el contexto patriarcal sabemos que la primogenitura era algo muy importante, pues el primogénito recibía el honor de ser el heredero oficial del clan. El problema de Rubén no fue haber sido el primogénito, sino que intentó reclamar sus derechos antes de tiempo y no respetó a su padre Jacob.
Génesis 35.22 nos cuenta que mientras Jacob hacía duelo por la muerte de Raquel, Rubén aprovechó para “dormir con Buha, la concubina de su padre, lo cual llegó a saber Israel (Jacob)“. El hecho de tomar la esposa de su padre en ese contexto, significaba que estaba clamando por su primogenitura antes de tiempo. Se estaba proclamando como el heredero principal cuando Jacob, su padre, ni siquiera había muerto.
Los años pasaron y finalmente, cuando Jacob estaba a punto de morir, hizo llamar a todos sus hijos para repartir su herencia. Rubén estaba muy emocionado pues, según él, finalmente recibiría sus derechos como primer nacido completamente. Pero Génesis 49.1-4 nos enseña que no recibió la bendición que esperaba, pues Jacob en su lecho de muerte le reclamó su mala actitud que había tenido años atrás, al tomar a Bilha como mujer y así intentar proclamarse como el heredero. Rubén no recibió lo que tanto había anhelado.
Acán. La avaricia no le hizo esperar
Era el tiempo de Josué y de las conquistas de las tierras de Canaán, cuando los israelitas habían triunfado sobre Jericó. Sorprendentemente Dios les había dado la victoria. La siguiente ciudad a conquistar era la ciudad de Hai. Realmente no suponía
 una gran amenaza para un pueblo tan numeroso como Israel, pero increíblemente los israelitas perdieron la batalla contra esta ciudad. Josué 6.18-19 nos enseña que Dios había dicho que el tesoro que encontraran en Jericó sería para Él solamente y no para los Israelitas.
Pero Acán, imprudentemente, tomó de algunos de los tesoros para él (Josué 7.20-21) y fue castigado por ello con la muerte misma.
Lo que realmente llama la atención de este relato es la orden siguiente que da Dios cuando finalmente les daría la victoria sobre la ciudad de Hai. Josué 8.2 dice, “Y harás a Hai y a su rey como hiciste a Jericó y a su rey; sólo que sus despojos y sus bestias tomaréis para vosotros…”Si Acán se hubiese esperado en Jericó hasta Hai, hubiese obtenido muchos bienes sin ningún problema, pero no supo esperar y murió apedreado por el pueblo.
¿Nos parecemos a Rubén y Acán?
Tenemos que reconocer que a veces nosotros tampoco esperamos el tiempo de Dios, tal como lo hicieron estos hombres. A veces queremos las cosas de manera “rápida e instantánea”. Estamos tan acostumbrados a cosas instantáneas como el microondas, internet o el control remoto, que queremos que Dios trabaje de la misma manera con nosotros.

Queremos que las bendiciones vengan “ya”, “aquí” y “ahora”. Hay que asimilar que a veces somos un poco impacientes cuando se trata de recibir una respuesta de Dios, y mucho más cuando estamos sumergidos en momentos de crisis.
Otro aspecto muy importante a considerar es que si no esperamos el tiempo de Dios, es muy probable que experimentemos tragos amargos. Rubén y Acán pasaron tragos amargos por no esperar el tiempo de Dios, y lo mismo nos puede suceder a nosotros. Por ejemplo, en ocasiones un bello embarazo puede convertirse en muchas lágrimas y sufrimiento si éste no se dio en el tiempo correcto. Se pudo haber dado dentro del vínculo matrimonial, pero por “adelantarse al tiempo”, en ocasiones llega a ser un gran sufrimiento para los jóvenes y aquellos a los que aman.
En otras ocasiones nos comportamos como Sara, que quiso darle una “ayudita a Dios” promoviendo la relación entre Abraham y Agar la esclava. Y Sara después tuvo que pasar “un trago amargo”, cuando Ismael supuso un conflicto para Isaac. 

Si no esperamos el tiempo del Señor, es muy probable que pasemos tragos amargos en nuestras vidas, como consecuencia de nuestra impaciencia. Pero si actuamos en el tiempo de Dios, Él nos mostrará su bendición. No hay nada como moverse en el tiempo de Dios. ¿Cómo sabemos cuándo es ese tiempo? Debemos pedirle a Dios que Él nos muestre su tiempo perfecto. Actuemos en el tiempo de Dios.
Él no llega ni antes, ni después. Dios siempre llega en el momento exacto. Cuando creamos esto, podremos cantar libremente el coro de aquel popular canto “y esperaré pacientemente”...

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