En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo
estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó
entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria, la gloria que corresponde al
Hijo unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan 1:1;14
La declaración del apóstol
es una réplica del relato del Génesis, cuyo origen va más allá de la historia
particular del planeta que habitamos: "En el principio
creó Dios los cielos y la tierra". Este "principio" al que los diferentes autores se refieren, escapa de los parámetros usados para medir el
paso del tiempo, pues está escondido en la misma eternidad.
Juan no pretende entrar en
el misterio de esta frase. Simplemente afirma que el Verbo existía desde
siempre, porque el Verbo es Dios mismo. Su declaración nos ayuda a asumir,
desde el mismo principio, la postura correcta en nuestra relación con el Señor.
Él es el origen de todas las cosas, incluso de nuestra propia historia
personal. Una y otra vez, a medida que caminemos con Él, vamos a retornar a
esta verdad. Cada escena que presenciemos nos conducirá indefectiblemente, a la
persona de Dios. El hombre es, y por siempre será, el que responde a la
iniciativa divina, un actor secundario en una historia mucho más grande y
profunda que el relato de nuestro fugaz paso por este planeta.
Él es el origen de todas
las cosas, incluso de nuestra propia historia personal.
La declaración del
discípulo amado también sirve para enmarcar el peregrinaje terrenal
del Mesías. Su presencia en este escenario, aunque
limitada a un pequeño lapso de tiempo, como el que representan unos escasos
treinta y tres años de vida, está incluida en un proyecto que nace en el mismo
corazón de Dios y que, por esta razón, necesariamente está contenida en la
eternidad.
Qué bueno resulta,
entonces, poder comenzar esta aventura en actitud de adoración, maravillados
frente al hecho de que se nos ha concedido el contacto con el Eterno. Podemos
exclamar, junto a Moisés: Señor Jehová, tú has comenzado a mostrar a tu
siervo tu grandeza y tu mano poderosa; porque ¿qué dios hay en el cielo o en la
tierra que haga obras y proezas como las tuyas? (Deuteronomio 3.24).
Mantener esta postura a lo largo del tiempo, será uno de los factores
que más favorecerá nuestra profundidad del conocimiento de
la persona de Cristo. No nos aproximaremos a Él como quienes lo buscan para
analizarlo, explicarlo y desmenuzarlo. Más bien, nos acercaremos para, simplemente, saborear el irresistible encanto de su persona.
Señor, Tú eres la
encarnación de todos nuestros anhelos, la manifestación de nuestros más osados
sueños. Al acercarnos a tu persona no hacemos más que responder a tu
iniciativa. Venimos con el corazón abierto y la voluntad dispuesta a dejar que
Tú nos conduzcas a donde quieras. Produce en nosotros, las experiencias que Tú
deseas. No te pedimos que nos expliques lo que haces, sino que nos mantengas
cerca de ti. Estar contigo, Señor, es todo el bien que anhelamos.
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