domingo, 27 de mayo de 2018

Humildad, gratitud, compasión

Tiempo atrás fui testigo de un terrible incidente. Era tarde por la noche, cuando comenzamos a escuchar ruidos de fuertes golpes y gritos en la calle. La paz de un tranquilo barrio se había visto alterada por el incendio de la casa justo enfrente de la nuestra.
humildad gratitudLa gente se agolpaba viendo la desesperación de los dueños de la casa, que en ese momento llegaban y se encontraban con su casa en llamas. La desesperación por derribar puertas y ventanas para entrar en la vivienda y tratar de salvar lo que se pudiera, el llanto y los gritos desgarradores de quienes veían en la más absoluta impotencia, a las llamas devorar segundo a segundo todo lo que tenían, en medio de la tensa espera de la llegada de los bomberos, el calor insoportable del fuego y el crepitar de las cosas quemándose sumaba un macabro espectáculo que infundía temor y dolor.
A Dios gracias no hubo heridos ni pérdida de vidas que lamentar. Pero tiempo después, cuando el fuego ya había sido apagado, la casa en reparación y nuestros vecinos recuperándose de  la terrible pérdida, me pregunté: ¿qué debería enseñarnos semejante desastre?
En primer lugar, entendí lo que debería ser una formidable lección de humildad. Es sumamente endeble nuestra existencia, tan frágil nuestra vida, muy fugaces, efímeras, volátiles nuestras conquistas.... El caso es que toda una vida para juntar dinero, acumular riquezas, o simplemente para conseguir tu más bonito sueño de la casa propia, que una vez alcanzado parece que tocamos el cielo con las manos, y nos enorgullecemos de la conquista… y puede que de un día para el otro, de una hora para la otra, tal vez ya no tengamos nada…
En segundo lugar, hallé que una contingencia como esa debería enseñarme gratitud. Esa gratitud que creo tener pero descubro que no tanto como yo creía. ¿Dónde está cuando el infortunio asoma en nuestra vida y ya no tenemos la salud que tuvimos, cuando ya no tenemos el buen pasar que un día tuvimos, cuando ya no está a nuestro lado ese ser que tanto nos amó y no supimos valorar debidamente? Esa gratitud por la vida, por las cosas que Dios puso en mis manos para administrar, por los amigos, por los seres queridos y por esas cosas simples que aún puedo seguir disfrutando.
También compasión. La misma que Jesús prodigaba a manos llenas y con generosidad superlativa a quienes lloraban y sufrían, sin importar si ellos mismos habían sido los artífices de sus propios destinos, o si su infortunio era cosecha de su propia mala siembra. Esa compasión que hoy prodiga a manos llenas sentado a la diestra de Dios Padre.
Y finalmente, encuentro que “la catástrofe une a la víctima y al espectador en un llamado común al arrepentimiento, recordándonos violentamente acerca de la brevedad de la vida.”
Esto me mueve a la compasión, a no mirar para otro lado cuando alguien con mucho menos te necesita; un pequeño acto de servicio que no demanda mucho esfuerzo, pero ayuda a construir una vida.
Y perseverando unánimes cada día en el templo,  y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y teniendo favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día a la iglesia los que habían de ser salvos.
(Hechos 2:46-47 RV60)

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