martes, 24 de abril de 2018

Cerca de Jesús es donde quiero estar

Desde el pecado original se perdieron muchas cosas y entre ellas, se perdió la inocencia, la transparencia, nuestra bondad, la seguridad e identidad. Nuestro razonamiento fue también nublado, y nuestras emociones de miedo y vergüenza salieron a flor de piel; pero lo más grande que se perdió fue la relación personal e íntima con Dios.  
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Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto. (Génesis 3:8).

Todos los hombres tenemos la necesidad imperiosa, en nuestro interior, de tener una relación de amistad pura, de comunión con otra alma, de un amor sublime, de una sintonía perfecta con alguien. Queremos saciar la sed de relación a cualquier precio. Anhelamos compañerismo, lealtad...; desesperadamente queremos unirnos a alguien en este mundo pasajero y terrenal, como sea, hasta de una manera casi idealista.
¡Oh!, cómo soñamos con poder bailar con alguien que se acoplara de una manera tan bella, que pudiéramos danzar con ella toda la eternidad.

Porque todos en nuestra necedad (generada por el pecado original) buscamos encontrar esta relación en la pareja, con los hijos, con los hermanos de la iglesia, con el vecino, etc. O quizá en la familia, con el amigo, incluso caemos en la trampa de buscar esa alma gemela en el pastor de nuestra iglesia local, o con los hermanos de nuestra propia congregación.
Porque dos males ha hecho mi pueblo: me dejaron a mí, fuente de agua viva, y cavaron para sí cisternas, cisternas rotas que no retienen agua.
(Jeremías 2:13).

Nuestro corazón debe aprender
a saciar toda su sed
 solo en Jesús.

Nuestros momentos con 
Jesús son efímeros y fugaces.

En algún momento, cada uno de nosotros hemos tenido la maravillosa experiencia de estar por unos cortos minutos y a veces solo segundos en la presencia del Señor. En ese instante glorioso no hace falta nada más, ni comida, ni ropa, ni dinero, ni diversión, ni amigos, ni esposa, ni hijos, ni sexo e incluso a veces ni su voz. Nos basta con su silencio, porque desde el mismo silencio se contacta con Dios, Salvador de nuestras almas.
Pero ¡cuán fácilmente puede desaparecer este gozo! El ruido de un teléfono, una persona que nos interrumpe, el sonido de la calle, etc., y de pronto, toda esa presencia se desvanece y se va.
¡Ah!, pero un día vamos a gozar para toda la eternidad de la presencia perfecta de Cristo. Entonces no necesitaremos a nadie más, su presencia lo llenará todo y estaremos en medio de Su perfecta paz. Podremos entonces soñar con danzar con Él toda la eternidad.
Cerca de Jesús, es donde quiero estar. ¿Quiere estar usted?

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