¿A quién no le gusta recibir regalos? Tanto si vienen envueltos en papeles de colores y preciosas cintas, como en bolsas de papel de estraza y atados con un gastado cordón de zapatos. A niños y adultos de todas las edades les encanta recibir y abrir regalos.
Cuando era niño recibía regalos de todo tipo ya que era el más pequeño, pero había algunos en particular que representaban un cierto desafío cuando leía la temerosa y desafiante frase “Para armar. Incluye las instrucciones”, y en algunas ocasiones me llenaba de frustración al no seguir las instrucciones, y entonces la sensación primaria de alegría se diluía; gracias a Dios por los hermanos mayores (mi hermano Ariel siempre me sacaba de apuros).
Uno de los regalos más hermosos que Dios nos ha dado es Su Palabra, la Biblia. Éste es un obsequio sumamente preciado, envuelto en la gloria y el sacrificio de su Hijo, y entregado en nuestras manos por el poder y el ministerio de su Espíritu; la familia de Dios la ha preservado y protegido durante siglos como herencia familiar. El Dador que se revela en ella es inagotable en su amor y en su gracia.
Pero lo trágico es que cada vez son menos las personas que se animan a “desenvolver” y abrir este obsequio, procurando entender de qué se trata y como debe ser usado. Una sensación de intimidación abraza nuestro intelecto en muchas ocasiones, cuando tenemos que unir las partes y seguir las instrucciones que presentan un desafío difícil. Entonces surgen las preguntas inevitables. ¿Nos dirá algo este libro antiguo cuando ya nos hemos adentrado en el siglo XXI? ¿Será de alguna utilidad que nos tomemos el tiempo necesario y empleemos las energías requeridas para entender las instrucciones y armar el conjunto? ¿Nos ayudará de alguna manera a entender quiénes somos, qué nos depara el futuro, cómo podemos vivir mejor aquí y ahora? ¿Nos ayudará realmente en nuestras relaciones personales, en el matrimonio y en la familia, en el trabajo? ¿Acaso podrá ofrecernos algo más que meros consejos acerca de cómo encarar las crisis? ¿Cómo afrontar la muerte de un ser querido, o la bancarrota que provoca la pérdida de trabajo? ¿Cómo enfrentar una enfermedad catastrófica, la traición de un amigo, la deshonra de nuestros valores, los abusos que sufren nuestro corazón y nuestra alma? ¿Podrá aquietar nuestros temores, calmar nuestra ansiedad y curar nuestras heridas? ¿Podrá realmente ponernos en contacto con el mismo poder que dio origen al universo, que dividió las aguas del Mar Rojo, que levantó a Jesús de la rigidez de la tumba? ¿Podemos realmente encontrar en sus páginas amor incondicional, perdón total y sanidad genuina?
Pues sí. Sin ninguna duda.
“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”.
Romanos 1:16-17 (RV).
Pablo no se avergonzaba porque su mensaje era el mensaje de Cristo, las buenas nuevas. Era un mensaje de salvación, poderoso para cambiar vidas, y para todos. Cuando te sientas tentado a avergonzarte, recuerda que las buenas nuevas se refieren a todo esto. Si te centras en Dios y en lo que hace en el mundo, antes que en tus limitaciones, tu vergüenza pronto desaparecerá.
¿Por qué el mensaje fue antes a los judíos? Durante más de dos mil años fue un pueblo especial para Dios, desde que Dios escogió a Abraham y le prometió grandes bendiciones para sus descendientes (Génesis 12.1–3). Dios no los escogió porque lo merecieran (Deuteronomio 7.7, 8; 9.4–6), sino porque quiso mostrar su amor y misericordia a través de ellos, enseñarlos y prepararlos para la venida del Mesías al mundo. Los escogió no porque tuviera favoritismos, sino para que el mundo conociera su plan de salvación.
Durante siglos los judíos aprendieron acerca de Dios mediante la obediencia a sus leyes, celebrando sus fiestas y viviendo de acuerdo a sus principios morales. A menudo olvidaban las bendiciones de Dios y sufrían su disciplina, pero aun así poseían la herencia preciosa de poder creer y obedecer al único Dios verdadero. De entre todos los habitantes de la tierra, los judíos deberían ser los primeros en recibir al Mesías y comprender su mensaje y misión, y así sucedió con algunos (Lucas 2.25, 36, 38). Por supuesto, los discípulos y el gran apóstol Pablo fueron judíos fieles que reconocieron en Jesús, al don más precioso que Dios dado al género humano. El evangelio muestra cómo Dios es justo en su plan para salvarnos y cómo puede hacernos aptos para la vida eterna. Al confiar en Cristo, entramos en buena relación con Dios. Desde el principio al fin, Dios nos declara justos por fe y solo por fe.
Dios te escogió y te da un hermoso obsequio. Tenemos un precioso regalo que se nos da constante y abundantemente, y es la Palabra de Dios.
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