lunes, 30 de octubre de 2017

Queriendo conocer como Dios

«No sean altaneros», digo a los altivos; 
«No sean soberbios», ordeno a los impíos;
«No hagan gala de soberbia contra el cielo,

ni hablen con aires de suficiencia.»
(Salmos 75:4-7)
Desde la construcción de la Torre de Babel, pasando por los viajes a otros planetas y la clonación de especies vivas, el ser humano no para en sus soberbios intentos por saberlo todo, descubrirlo todo, acercarse a Dios, no para amarlo precisamente, sino para presuntuosamente competir con Él, estar a la altura de “Su conocimiento”.
Ahora, el nuevo “juguete” que tiene entre sus manos, desde el año 2008, es el Gran Colisionador de partículas (LHC), un gigante y costoso aparato en el cual intervienen miles de científicos e ingenieros de laboratorios y universidades de todo el mundo, interesados en temas propios de su especialidad, como la estructura y el origen de la materia, las partículas, átomos, masa; y, otros más, que guardan relación con el denominado “Big Bang”, o esa gran explosión que, según algunos científicos, determinó la creación del universo.
Muchos no entenderán completamente conceptos como masa, átomos, protones y agujeros negros, pero sí comprenderán que dicho proyecto, al ser evaluado con una inversión que iría de  3.500 a 6.500 millones de euros, provocará terribles paradojas humanas como las siguientes: Mientras andamos interesados en saber cómo se formó el universo, nuestro planeta sigue consumiéndose en una nube de contaminación originada por nuestra propia mano. Mientras invertimos dinero en este tipo de proyectos, lo escondemos para paliar el hambre de los millones de seres que, diariamente, mueren de hambre y sed. Mientras deseamos saber si hay habitantes en otros planetas, no nos llevamos del todo bien con los del nuestro; y, mientras queremos abrir nuevas vías de comunicación universal aquí en la tierra, cada día nos entendemos menos. En términos vulgares, queremos construir la casa empezando por el tejado.
Lamentablemente la historia se repite, dejándonos duras lecciones como ésta, la de entender que la fiebre del conocimiento desmesurado es una especie de comezón que avanza hacia el centro del corazón humano; lo infla de soberbia, y termina haciéndolo explotar.
Amigo, amiga: que en tu hogar no te pase algo parecido, que por estar enfocado en tus propios afanes y delirios de grandeza; o en buscar conocimiento, éxitos y prosperidad personal, te vayas a olvidar de los tuyos en casa, al extremo de causarles abandono, dolor, y resentimiento perpetuo.

La Sagrada Escritura dice: “Ustedes esperan mucho, pero cosechan poco. Lo que almacenan en su casa, yo lo disipo de un soplo. ¿Por qué? ¡Porque mi casa está en ruinas, mientras ustedes solo se ocupan de la suya! -afirma el Señor Todopoderoso”(Hageo 1:9)

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