domingo, 26 de marzo de 2017

Seguridad de Salvación

Leamos 1 Juan 5:12 y 13; Romanos 8:15 al 17; y 2 Corintios 5:5. Una vez que hemos aceptado a Cristo como nuestro Señor y Salvador, ¿por qué tenemos la seguridad de la vida eterna? ¿Cuál es la base de esta seguridad?
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El Espíritu Santo es el que guía a los pecadores a Jesús. La muerte sustitutiva de Jesús nos reconcilia con Dios. El perdón de Jesús nos libera para vivir una nueva vida como hijos adoptivos de Dios. Ya no somos enemigos de Dios (Romanos 5:10), sino que caminamos según el Espíritu (Romanos 8:4) y ponemos nuestros pensamientos en las cosas del Espíritu (verso 5). Si no tuviéramos al Espíritu de Cristo, no seríamos sus hijos y no perteneceríamos a Él (verso 9). Pero ahora tenemos el testimonio interno del Espíritu Santo, que mora en nosotros. Él nos testifica que pertenecemos a Jesús, y que somos herederos de Dios y coherederos con Cristo (verso 17). La misma vida poderosa que levantó a Jesús de entre los muertos está ahora activa en nosotros y, aunque antes estábamos muertos espiritualmente, ahora tenemos esa vida (verso 10). Más aún, el Espíritu Santo también sella en nuestro corazón la seguridad de que, verdaderamente, pertenecemos a Dios. Habiendo oído y creído el evangelio de nuestra salvación, fuimos sellados en Jesús con el Espíritu Santo, que es otorgado como “garantía de nuestra herencia” (Efesios 1:13, 14; BA). Cada creyente puede tener esta seguridad (1 Juan 5:12, 13).
En él también vosotros, habiendo oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es las arras de nuestra herencia hasta la redención de la posesión adquirida, para alabanza de su gloria. Efesios 1:13 y 14. 
¿Qué significa estar sellados con el Espíritu? 

Aquellos que aceptan a Cristo son nacidos de nuevo; es decir, nacidos “del Espíritu” (Juan 3:3, 5). El Espíritu Santo sella este hecho en nuestro corazón para que podamos tener la seguridad de que estamos salvos y experimentar así, el gozo que proviene de ser un hijo de Dios. El Espíritu Santo nos identifica como pertenecientes a Cristo. “Si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9). Ahora tenemos el entendimiento de que Dios es nuestro Padre amante y que nosotros somos sus queridos hijos. El Espíritu Santo es el adelanto, el depósito inicial, la fianza o la garantía del don final de la vida eterna y la inmortalidad que nos será dada en la segunda venida de Jesús (1 Corintios 15:51-54). Esta es la marca distintiva de la fe auténtica. Es difícil que encontremos a un cristiano que pueda testificar con poder convincente, sin tener esta seguridad.
“Hablemos de la fe, de la esperanza, del valor, y difundiremos luz por todas partes. Sigamos pensando en la puerta abierta que Cristo ha colocado ante nosotros y que ningún hombre puede cerrar. Dios cerrará la puerta a todo mal si le damos la oportunidad. Cuando el enemigo llega como inundación, el Espíritu del Señor levantará para nosotros un baluarte contra él”.

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