Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, al hombre perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo. Efesios 4: 11-13, RVC

Mientras más completa y profunda sea su experiencia en el conocimiento de Jesús, más humilde será el concepto que tendrán de sí mismos.
La verdadera santificación consiste en amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La conversión bíblica inspirará una actividad constante y perdurable, libre de todo egoísmo, de toda exaltación propia y de toda pretensión jactanciosa de santidad. Si estamos verdaderamente convertidos a Dios, podremos ejercer una influencia firme y eficaz del lado de la verdad. El conocimiento inteligente de lo que significa ser cristiano hará de nosotros una bendición dondequiera que vayamos. Ya sea que tengamos uno, dos o cinco talentos (Mateo 25: 15), todos nos dedicaremos al servicio de quien nos los ha confiado, a fin de que no recibamos la gracia de Dios en vano.
El Señor no tiene como su propósito principal que nuestra luz brille de tal modo que nuestras buenas acciones o palabras causen la alabanza de la gente sobre nosotros mismos, sino que debe ser glorificado y exaltado el Autor de toda bondad. Jesús, en su vida terrenal, dio a los seres humanos un modelo de carácter. iCuán poco poder tuvo el mundo sobre Él, para adecuarlo a sus propias normas! Toda su influencia fue desechada.
No podemos quedarnos estancados; hemos de avanzar o retrocederemos. Donde hay salud espiritual hay crecimiento. «Ese proceso continuará hasta que todos alcancemos tal unidad en nuestra fe y conocimiento del Hijo de Dios, que seamos maduros en el Señor, es decir, hasta que lleguemos a la plena y completa medida de Cristo» (Efesios 4: 13, NTV). No hay límite para el mejoramiento.
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