sábado, 21 de octubre de 2017

Lléname otra vez

Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio,
y renueva un espíritu recto dentro de mí.
 No me eches de delante de ti,
y no quites de mí tu santo Espíritu.
 (Salmos 51:10-11)
Resultado de imagen de Lléname otra vez, DiosEs impresionante darnos cuenta de la manera como se sintió el rey David después de haber pecado contra la persona que más amaba, de cómo reaccionó su alma, espíritu, corazón y hasta su cuerpo físico,... se sentía vacío; pero lo más impactante de todo, es que él se sentía vacío por dentro, con sus huesos doloridos, ya que se encontraba lejos de su amado, del deseado de las naciones; de tal forma que él llegó a decir estas palabras. Ten misericordia de mí, oh Jehová, porque estoy enfermo; sáname, oh Jehová, porque mis huesos se estremecen. (Salmos 6.2 RV).
¿Te has sentido así alguna vez en tu vida después de fallarle a Dios? ¿Cómo es posible que alguien pudiera experimentar un dolor tan profundo dentro de su ser? Pues David tuvo el placer, la delicia de sentir por completo la presencia de Dios, completamente en su plenitud; pudo entender la magnitud de la poderosa y maravillosa presencia de Dios, ésa que quebranta hasta lo más duro. David anheló, deseó la presencia de Dios más que cualquier cosa, más que la fama, bendiciones,... victorias. Él podía vivir sin reino, sin gloria, sin riquezas, Dios podía quitarle toda autoridad; pero si de una cosa estaba seguro es que no podía vivir sin la Presencia de Dios. Por eso cuando pecó sabía que Dios no podía tener relación con el pecado y sabía que el espíritu santo se apartaría de su corazón; y por eso sentía agonizar su vida. Pero David no permitió que eso ocurriese: se sometió a la humillación, al poder del amor de Dios, declaró su pecado, no encubrió su iniquidad, para que lo que más temía no ocurriera, que El Espíritu Santo se fuera de su vida.
Así como un guante necesita de la mano para moverse, para que pueda tomar forma y movilidad, así es nuestro cuerpo; de igual manera, necesita del Espíritu Santo para que tenga vida, forma, movilidad, y entonces comprendemos lo displicentes que somos y dependientes de Dios. Puede que tú también te hayas sentido como este rey, quizá en un momento de tu vida hayas experimentado esa desesperante y angustiosa sensación de sentirte vacío(a), decaído(a), sin fuerzas, como si algo te faltara, y lloras amargamente, gritando muchas veces ¿por qué?, añorando en tu corazón ser más fuerte. Sabiendo que le habías prometido a Dios no hacerlo más, y sabiendo las oportunidades que Él te había dado, sientes que lentamente te vas muriendo. Todo eso es un estado de “ALERTA”; veamos, sin saber la situación que hace que la puerta de tu corazón dejaras abierta, y entrara quizás pecado, indiferencia, despreocupación, decepciones, gente que te ha dañado, frialdad,... ésa que causó que la presencia de Dios se alejara de ti, el caso es que Jesús te dice que aún estás a tiempo de reconocer que has pecado, de decidir buscar y fortalecer tu espíritu en oración, con ayuno y alimento de su palabra para dejarte deslumbrar por Él y así enamorarte de Él, para hacer un compromiso real en tu ser de no fallarle más, cayendo en la práctica de lo malo; recuerda que tú eres templo del Espíritu Santo, donde Dios desea habitar. ¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? (1 Corintios 3-16)

El Espíritu Santo es una persona que siente, que se duele, piensa, se alegra, llora. Quizá tú llevas un tiempo sintiéndote vacío por dentro, sin fuerzas, ya débil, casi agonizando, y es porque la presencia de Dios ya no está en ti, pues ha pasado el tiempo y dejaste que Él se alejara, fuiste negligente, no te has humillado a sus pies reconociendo tus faltas, pidiéndole que vuelva el añorado de tu alma, el deseado de las naciones. Mientras callé, se envejecieron mis huesos, en mi gemir todo el día. (Salmos 32-3).
Comprende la presencia de Dios, comprende que Él no se ha alejado por completo, que te espera ávidamente, y si tú derramas tu vida y confiesas con tus labios tu iniquidad, Él vuelve a ti a enamorarte y a tener una relación con compromiso, respeto, una comunión más estrecha con Él, y su presencia  viene de una manera sobrenatural a tu corazón a dar vida a aquello que se estaba muriendo, se fortalecen tus huesos, viene el gozo de tu salvación. Hazme oír gozo y alegría, y se recrearán los huesos que has abatido. (Salmos 51-8)
La biblia narra la historia de una mujer viuda con sus hijos, los cuales iban a ser tomados para siervos de un acreedor. Entonces esta mujer, en su desesperación, habla con un profeta llamado Eliseo explicándole su situación. La mujer le dice que solo tenía una vasija de aceite. Él le dijo: Ve y pide para ti vasijas prestadas a todos tus vecinos, vasijas vacías, no pocas (2 Reyes 4-3 RV). Mira este detalle “No pocas” luego en: (2 Reyes 4-6) Cuando las vasijas estuvieron llenas, dijo a un hijo suyo: Tráeme aún otras vasijas. Y él dijo: No hay más vasijas. Entonces cesó el aceiteQué maravilloso es saber que somos una vasija creada por el mejor alfarero y que el aceite es su Presencia, y que cuando acudimos a Él en nuestra fe, ocurre un milagro. Él nos llena hasta que sobreabunde.
Deja que Jesús te inunde, que te embriague de su presencia, que cree en ti un corazón recto delante de Él, dispuesto a no fallarle más y nunca más sentirte lejos de su Presencia. Recuerda, tenlo siempre presente: Jesús lo llena todo, tus flaquezas, debilidades, tus tristezas, tus preocupaciones, todo. Deja que Él se pasee en cada rincón de tu corazón, y podrás sentirte lleno(a) de su presencia para siempre, porque “Él quiere llenarte otra vez”.

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