Se dice que hay dos formas de aprender: por la experiencia, la cual se obtiene de los errores cometidos; y por la sabiduría, la cual se obtiene de los errores de otros.
Es recomendable que, hasta donde sea posible, se aprenda de los errores de otros.
Aprender de los fracasos es siempre más fácil con la ayuda de un buen consejero. Después, y sobre todo antes de cometer errores garrafales, se debe pedir consejo a algunas personas cercanas: papá, mamá y a la esposa.
He aquí la historia de un trabajador público recién nombrado que estaba instalándose en su nueva oficina.
Al sentarse ante su escritorio por primera vez, descubrió que su predecesor le había dejado tres sobres con instrucciones que deberían abrirse únicamente en tiempos de angustia.
No habían pasado muchos días antes que el hombre tuviera problemas en la prensa, así es que decidió abrir el primer sobre.
La nota decía: «Échele la culpa a su predecesor». Y eso fue lo que hizo.
Durante un tiempo todo anduvo bien. Pero unos pocos meses más tarde, de nuevo estaba en problemas, así es que procedió a abrir el segundo sobre.
La nota decía: «Reorganícese». Y eso fue lo que hizo.
Eso le permitió disponer de más tiempo. Pero debido a que en realidad nunca había resuelto ninguno de los asuntos que estaban complicándole la vida, volvió a tener problemas y, esta vez, peores que nunca. De modo que, desesperado, abrió el último sobre.
La nota de adentro decía: «Vaya preparando tres sobres».
Pida consejos, pero asegúrese que sea de alguien que haya aprendido a resolver sus fracasos de forma exitosa.
El aprendizaje es un elemento esencial de la vida. Dios es un maravilloso Maestro que nos enseña a través de las circunstancias de la vida. No pierdas ni un solo detalle.
Aun si fuera verdad que me he desviado, mis errores son asunto mío. Job 19:4.
¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Salmo 19:12.
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